Mucho se ha hablado en los últimos tiempos de determinados estados interiores como la tristeza, el desánimo, la desesperanza; en los cuales el sujeto que experimenta tal situación agobiante, se coloca frente al mundo en una posición de total inercia mental, en donde su operativa diaria se reduce minimalísticamente a un quehacer mecánico, de reacción instantánea e irreflexiva.
Su creatividad se encuentra anulada, no logra adosar el estímulo a sus tareas habituales y pareciera que sus emociones hayan emigrado de su propio sistema sensible, sin posibilidad de retorno.
Esto provoca que el sujeto deprimido descuide su vida de relación, lo que trae aparejado su autoencierro, ya sea en su micro mundo de trabajo o en un aparente acto de descanso, pero siempre evitando la interacción con el otro. Por lo tanto, esa falta de comunicación y distanciamiento alimenta su tendencia por dejar de luchar, sumergiéndose paulatinamente en las profundidades de una intrincada maraña de difícil escapatoria.
Este tipo de crisis es, muchas veces, producto de la radicación en nuestro sistema mental de pensamientos[1] ajenos -circulantes en el ambiente- que se alojan con intenciones de perpetuidad. En ocasiones se manifiestan con creencias como la de que todo tiempo pasado fue mejor o que la felicidad de nuestra infancia jamás retornará al presente; en este punto conviene diferenciar los recuerdos melancólicos -que provocan dolor- de aquellos que, al evocarlos, hacen vibrar el pasado en el presente, reviviendo una parte real y feliz de nuestras vidas.
Así las cosas, se torna imperioso poner en marcha los mecanismos defensivos que deben ser activados conscientemente cuando nuestra libertad y voluntad individual avizoran atisbos de amenaza externa paralizantes, que se manifiestan bajo el ropaje de deficiencias o propensiones[2] que provocan grandes fugas de energía, con consecuencias nefastas para el ser humano.
Para invertir el posicionamiento ante situaciones tales como la que describimos, se hace menester alistar “pensamientos vigilantes” (pensamientos que estén atentos a cualquier ataque exterior o interior), que con su fuerza nos permitan entablar una lucha franca y de esta forma pasar de dominados a dueños del propio campo mental, en nuestro buen y lícito propósito de vida.
Como podemos apreciar, la eficaz administración y gestión de nuestros recursos disponibles implica la diferencia entre el éxito y el fracaso.
De esta manera, si nos referimos al ámbito económico, para un eficaz y exitoso manejo de la economía personal es menester ser cuidadoso y responsable con la administración de ese patrimonio propio, a los efectos de evitar el “vaciamiento” de ese vital fondo de reserva que es necesario conservar.
Así también, el mismo ejercicio puede trasladarse a la labor de administrar el tesoro que representan nuestros valores o recursos internos. Pues bien, ganar terreno en esta brega constante nos posibilitará seguir generando créditos que, alojados en nuestro fondo de reserva interno, conseguirán que podamos acudir a ese respaldo patrimonial a nombre propio, cuando pensamientos obsesivos, no queridos por nuestra voluntad, intenten escamotear o dilapidar ese tesoro interno.
Sin dudas, lo corriente es gustar de la felicidad fugazmente -tal es el caso del “mundo descartable” donde meramente se busca el disfrute de cosas transitorias- , olvidando por completo que es un deber conservarla sin marchitar su inefable virtud. La idea es no agotar la dicha en un día venturoso; quizá convenga repartirla a través de muchos días, extendiéndola en el recuerdo como homenaje a esos instantes excepcionales de nuestra vida. No por esto debe pensarse que tengamos que vivir de recuerdos; por el contrario, la idea se centra en generar para el futuro más momentos felices tendientes a ampliar el abanico de los tiempos de dicha.
He aquí el papel fundamental que cumple la conciencia (mediante la facultad de recordar) como puente hacia la felicidad, en cuanto a la retención y conservación de recursos útiles como los momentos vividos de paz, ventura y alegría, los cuales son una fuente de estímulos altamente positiva que nos impulsan a seguir adelante.
La vida, en esencia, requiere de la creación -si es posible- de estímulos en forma constante; de otra manera, se tornará mecánica y rutinaria, sin motivaciones que nos inviten a disfrutarla felizmente y con proyecciones a lo eterno.
En fin, se trata de sentir la inmanencia de la eterna felicidad e intentar buscarla también en sucesos o cosas “simples” pero memorables y con sabor eterno. Si esos movimientos están orientados a hacer el bien, son realizados con afecto y permanecen en nuestra conciencia; nos acercarán al portal de los altos conocimientos sobre el ser. Es de vital importancia tener presente que no es imprescindible estar en un acontecimiento festivo para experimentar la felicidad, ya que la misma se puede tener mientras nos disponemos a realizar conscientemente tareas del diario vivir o simplemente por valorar esa gran oportunidad de estar vivo, como una forma de mostrar gratitud hacia la vida misma.
En efecto, traemos a colación las sabias palabras que la literatura logosófica reserva sobre el punto en análisis:
“En todos los momentos de su vida el ser humano está rodeado de causas y efectos circunstanciales, por una parte, y de causas y efectos permanentes, por otra. El saber discernir las causas permanentes, que surgen de la fuente eterna, confiere seguridad. Cuando esto ocurre, las causas y efectos circunstanciales en nada afectan, pudiendo el hombre triunfar en sus luchas y obrar cada vez con mayor acierto. La mayoría de los seres no perciben esa diferencia; buscan el disfrute en las causas y efectos transitorios desechando las causas y efectos permanentes. La alegría y la felicidad resultan entonces efímeras, por provenir de causas circunstanciales; queriendo vivir lo momentáneo, se olvidan de vivir lo permanente, que se abre hacia lo futuro, y, jamás satisfechos, buscan siempre nuevos instantes de alegría y diversión.” (Introducción al Conocimiento Logosófico, pág. 410).
[1] En la concepción logosófica, los pensamientos son definidos como entidades autónomas que cobran vida activa en la mente de las personas, pudiendo pasar de una mente a otra sin mayores dificultades. Referencia en: “El mecanismo de la Vida Consciente” (Carlos Bernardo González Pecotche).pág. 82/párrafo 3.
[2] Logosóficamente, se considera deficiencia al pensamiento de tipo negativo que ejerce presión en la voluntad del individuo, se trata de un pensamiento dominante u obsesivo y de carácter permanente en la mente del individuo, por lo que es difícil desarraigarlo. Por otro lado, la propensión también es un pensamiento negativo pero que se manifiesta en forma esporádica en la mente del individuo y por lo tanto, se la puede neutralizar con mayor facilidad que a la deficiencia. Ambos conceptos se encuentran desarrollados en la obra: “Deficiencias y Propensiones del Ser Humano” (Carlos Bernardo González Pecotche).