Artículo originalmente publicado en la Tribuna Logosófica nro 13, diciembre 2009.

La democracia es aún un ideal. La democracia es el mejor de todos los sistemas de gobierno conocidos. Es preciso que ese ideal de democracia sea realizado. Tal realización será posible cuando se enseñe a las personas a pensar, para que sean independientes y capaces de resolver sus problemas sin depender del paternalismo de los gobernantes.

La democracia solamente será la grandeza que se imagina, cuando los seres humanos estén aprendiendo a pensar, pensar por sí, y no como sucede, conducidos por pensamientos de otros o de grupos.

Y pensando con libertad, se podrá defender ese ideal democrático que se hizo carne en el pueblo.

Pensar es también reflexionar, razonar, meditar, observar. Pensar es una de las tantas facultades de la inteligencia, y ella no funciona sola, aislada, por lo pronto necesita de los elementos recogidos de otras facultades, por ejemplo, las de observar y comprender.

Muchas veces se imagina que el ejercicio de esa noble función de pensar exige esfuerzo y abnegación. Las soluciones acertadas para la dilucidación de problemas y de asuntos que involucren el bienestar y preservación de la especie humana exigen la elaboración de elementos de juicio, imprescindibles en la búsqueda de la mejor solución, la más adecuada y feliz.

El éxito que se pueda alcanzar en cada caso en que se quiera obtener un feliz resultado no consiste sólo en el hecho de poder pensar, sino en saber en qué se debe pensar.

La libertad de pensar está en la posibilidad de reflexionar y estudiar en todo momento, con independencia de prejuicios, de ideas ajenas, del que dirán, etc., y, además de eso, no hacer o decir lo que no es prudente.

En cuanto la persona vive ajena por completo a cuanto ocurre en su región mental y no conoce la llave mediante la cual podrá obtener un severo control sobre ella, no podrá jamás alegar que es dueño de sí mismo y, por tanto, no podrá pensar libremente.

La función de pensar es como un acto que la mente ejerce para elaborar un pensamiento, una idea o, simplemente, la descripción de un motivo que una circunstancia determinada exige para los fines de una explicación.

El pensar es, entonces, un acto que se podría llamar creador, desde el momento en  que crea, en la mente, la existencia de un pensamiento o de una idea que, hasta ese instante no existía; pero ese acto también satisface otras necesidades de la inteligencia, como es la de coordinar y seleccionar los elementos que luego serán usados para encarar asuntos o problemas, sean de incumbencia personal o general. En muchos casos, se busca la solución de una situación difícil, no con el pensar, sino con los pensamientos que se encuentran en nuestra mente y en el ambiente mental y, lo peor, producto de otras mentes, que no fueron pensados por nosotros, y las soluciones encontradas, por eso, no son las que se buscaban, o la esperada y, por tanto, dan nacimiento a otros problemas, a veces, mayores y más graves.

Quien piensa consigue resolver sus problemas y bastarse a sí mismo y no necesita que otros resuelvan sus asuntos.

No es suficiente el cultivo de ese ideal, sino hacerlo efectivo, concretarlo en el seno del pueblo que se dice democrático.

La democracia real debe ser defendida como un sistema de vida ejemplar. Los ciudadanos deben defenderla con el pensar, reflexionando para no ser llevados a rastras como rebaños, por la multitud que no piensa y se deja llevar inconscientemente.

Muchos en ese estado de dependencia son “María va con las demás”, o “donde va Vicente va la gente”, caminando al “matadero”, como el ganado que es conducido para un destino común y se deja llevar inconscientemente.

“Los pueblos donde los hombres no piensan tienen los peores gobernantes en  que se pueda pensar, porque esos líderes surgen de ese pueblo que no sabe pensar.” No estamos más en tiempos de “gobiernos providenciales”.

No puede creerse que sólo un gobierno sea el que resolverá los problemas de un pueblo “por arte de magia”. Un pueblo que piensa sabrá resolver sus problemas sin depender de autoridad gubernamental alguna o de quien quiera que sea.

Pensar es ejercer, entonces, una función edificante, digna de nuestra especie, creadora y útil, porque del resultado de ese ejercicio surgirá la solución capaz de resolver los problemas, desde los más simples a los más complejos, y significa la liberación, la independencia de la persona que se ve capaz de bastarse a sí misma y, de esa forma, podrá ser más útil a sí y a su semejante.