Hay un concepto que debería estar en la base de toda relación humana y que, lamentablemente, ha sufrido en los últimos tiempos, un descaecimiento notable. Nos referimos a la confianza. Sin ella, no puede establecerse ningún vínculo duradero, ya sea de carácter afectivo, comercial, diplomático o de cualquier otra naturaleza.

Con más frecuencia de lo esperable, los seres son defraudados o defraudan, muchas veces sin mala intención. ¿Cómo puede suceder esto?

Pensamos que, en principio, será por no tener muy claro el concepto de confianza. Diríamos que ella suele otorgarse sin una sólida base de sustentación porque es demasiado valiosa como para conceder a alguien en su nombre, parte de nuestra intimidad, nuestros bienes materiales o aspectos esenciales de nuestra vida, sin haber constatado antes, su solvencia, su integridad, su discreción o el compromiso con el bien recibido.

El conocimiento logosófico nos abre un panorama muy amplio al permitirnos comprender que dado el estado evolutivo en que nos encontramos, no podemos confiar, ni inspirar confianza, en todos los aspectos que conforman nuestra vida física y espiritual. Hay situaciones de la vida diaria que ejemplifican lo expuesto. Podemos confiar en la capacidad profesional de algún abogado que reiteradamente ha demostrado su solvencia en el área legal en que desarrolla sus actividades, pero no se nos ocurriría acudir a él para confiarle la salud de nuestros hijos. Lo que podría, a lo sumo hacer ese abogado es recomendar un buen médico de su conocimiento.

Para inspirar confianza es indispensable el conocimiento profundo en el área requerida, sea para cumplir una función específica, sea para solucionar un problema, o para orientar una conducta, etc.; pero además es indispensable la buena intención, el sentido de cumplimiento, la honestidad de procederes; es decir una cuota importante de integridad moral.

El estudio que Logosofía nos permite hacer de las deficiencias caracterológicas del ser humano nos facultan para ampliar más el concepto de confianza. Vamos descubriendo que, aún contando con conocimientos y buena fe, alguien puede no darnos por ejemplo un informe acertado sobre un hecho ocurrido en su presencia, si su juicio sufre el influjo de una tendencia a la exageración o de un prejuicio ignorado por él mismo. Es decir, que podremos confiar en su buena fe si lo merece, pero no en su objetividad. Este estudio nos habilita a hacer más exigentes con nuestra propia conducta cuando alguien confía en nosotros.

Muy a menudo se oye decir: “no se preocupe, confíe en mi” y casi tan a menudo hay seres que son defraudados una y otra vez. Esto no significa que no podamos confiar en nadie sino que estas reflexiones llevan la finalidad de quitarle un poco de alimento a la credulidad, en la que solemos caer ingenuamente.

El estudio logosófico de este concepto nos hace preguntarnos qué tanto y en qué aspectos pueden los demás confiar en nosotros y a su vez cuánto podemos confiar en nosotros mismos. Uno de los principales objetivos de la Logosofía es el conocimiento de sí mismo, por lo tanto en la medida que logramos ir avanzando en este trabajo podremos contestarnos estas preguntas.

En la medida en que logramos analizar correctamente la calidad de los pensamientos que impulsan nuestras acciones, estaremos en condiciones de confiar en nuestra buena fe al emitir un juicio, al dar un consejo, al prestar una colaboración, etc. El grado de aceptación y trabajo con nuestras imperfecciones es lo que asegura la posibilidad de cultivar valores como la confianza, que constituye una base moral indiscutible.

Cuando vamos adquiriendo convicciones sólidas tras la aplicación reiterada y feliz de los conocimientos logosóficos y logramos ir conquistando aunque solo sea un fragmento de algún valor moral que anhelamos acrecentar, como el respeto, la tolerancia, la discreción o la lealtad, ya estamos en condiciones de poder confiar un poco más en nosotros mismos, porque ese fragmento que fue conscientemente adquirido, marcará nuestra conducta futura y responderá seguramente por ella ante los demás.

Pensamos que en nuestra vida siempre es muy importante contar con alguien en quien confiar, pero mucho más importante es poder confiar cada vez más en nosotros mismos, sin exigir de los demás lo que aún no estamos en condiciones de ofrecer. La tarea de la propia superación no es nada sencilla pero la satisfacción de poder confiar en nosotros mismos, sólo debe ser comparable a la de poder inspirar esa confianza en los demás.

Confiar si, pero sabiendo porque.