Del extenso caudal de conocimientos de orden trascendente que la ciencia logosófica ha puesto a disposición del género humano, nos vamos a ocupar en esta oportunidad de algunos aspectos relacionados con la reflexión; sus funciones, sus interrelaciones con el mecanismo del sistema mental, sus formas de accionar, las resultancias de su cultivo y los beneficios que se derivan  de su trabajo.

Mencionamos el mecanismo del sistema mental, por cuanto es allí en primer lugar,  donde deben comenzarse las distintas vías de investigación sobre este tema.
La ciencia logosófica ha enunciado en forma pormenorizada la estructura del sistema mental del ser humano, constituyendo este mecanismo una parte ponderable de su configuración sico-espiritual.

Allí existen diversas facultades como la de entender, pensar, razonar, recordar, observar, etc., cada una con sus funciones propias específicas. Además, conforman el mecanismo mental, otras facultades accesorias, las que cumplen labores complementarias de gran utilidad, entre las que se encuentran la de discernir, combinar, concebir, reflexionar, etc.
Puestos a razonar sobre este tema, surge entre otros, el interrogante de ¿qué funciones cumple esta facultad de reflexionar en la operativa del mecanismo mental? ¿Será importante contar con su asistencia o en realidad no resulta relevante el producto de su accionar?

Plantearse estas u otras interrogantes similares, lo consideramos un ejercicio de interés por cuanto estimula el accionar de la inteligencia, lo que propicia el inicio de un trabajo de estudio e investigación sobre sus funciones y todo cuanto se relaciona con sus formas de acción en el organismo sicológico del ser humano. Aún cuando en ocasiones se convoca consciente o inconscientemente el accionar de la reflexión, debe admitirse que en general esto acontece cuando se debe resolver alguna determinada situación particular de carácter físico o algún problema particular de otra naturaleza, que demanda una respuesta o una solución. Y esto usualmente se produce luego de recurrir en primera instancia a algunas facultades de la inteligencia como la de entender, de razonar, de pensar, de observar, etc.

Debe aceptarse entonces que la reflexión, así como otras de las facultades accesorias, entran en acción luego de ser convocadas como auxiliares complementarias de las primeras. Mas esta situación no siempre se produce, lo que en muchas circunstancias todo queda circunscrito a las resultancias del accionar, acertado o no, de las facultades centrales del mecanismo mental.

El conocimiento logosófico no desconoce la importancia del accionar de la reflexión aplicada a aspectos o situaciones de orden físico, ni tampoco a las que corresponden aún a planos extra-físicos, los que en muchas circunstancias se presentan demandando una resolución.

La ciencia logosófica centra su accionar en planos trascendentes, esto es, que extravasan los límites que corresponden a los aspectos físicos, incursionando en los espacios del mundo mental, del mundo de las causas y desde allí, proporciona los conocimientos, los recursos habilitantes para poder accionar con la mayor justeza posible en esos dos planos.

Conociendo las formas de accionar de la reflexión, los estímulos a los que responde, las alternativas que en muchas ocasiones impiden o dificultan su puesta en funcionamiento y los medios para evitar que los mismos prevalezcan sobre las decisiones de la voluntad, éstos se constituyen en valiosos elementos cognitivos para poder actuar con acierto en situaciones de carácter físico o extra-físico.

Enfoquemos en primer lugar los elementos directamente vinculados al mundo interno individual donde tienen su origen las distintas instancias tanto sean éstas expuestas o se mantengan en discreta reserva. Los actos reflexivos, suponen diversas secuencias previas, tanto mentales como sensibles, donde pueden intervenir diversas facultades del intelecto tales como la de razonar, pensar, recordar, agradecer, sentir, etc. Desde luego que en cada caso y en cada circunstancia, usualmente intervienen con mayor o menor incidencia alguno o algunos de estos elementos en esas etapas previas donde se procede a elaborar un juicio o construir un concepto sobre el tema de que se trate.

Desde luego que, tratándose de mentes y sicologías adiestradas en el uso de determinadas áreas de los conocimientos comunes, seguramente les habrá de resultar accesible, guiar a la reflexión por caminos acertados, independientemente de que conozca o no los estados previos que precedieron al juicio elaborado. Es esta una situación concreta que seguramente muchos han experimentado en varias oportunidades en temas de su conocimiento. Pero indudablemente es esta una situación que, como se anotó anteriormente, es la culminación de un proceso previo, un resultado del empleo de conocimientos vinculados al tema planteado.

Logosofía proporciona en este tema, así como lo hace en tantos otros, elementos de valía que permiten al estudiante situarse lo más próximo a la realidad, situación que lo habilita en forma progresiva a administrar con mayor solvencia, los enfoques y las resoluciones que pueda adoptar en cada circunstancia en las que deba pronunciarse o actuar.
Uno de los primeros recursos que facilitan  el accionar de la reflexión consiste en proporcionar un ambiente interno sereno, equilibrado, lo que permite o facilita un accionar controlado, si es posible, libre de urgencias.

No siempre es factible lograr esta situación, pero los ejercicios que puedan haberse realizado en etapas anteriores, indudablemente facilita la posibilidad de obtener resultados más ajustados en esta función. El entrenamiento en esta práctica, reditúa beneficios que acreditan seguridad, solvencia y confianza en sí mismo.

Otro factor que necesariamente debe considerarse al evaluar el resultado del accionar de la reflexión, queda condicionado en buena medida a los conceptos o juicios que cada cual posea sobre hechos, circunstancias o aconteceres actuales o pasados. Si a las facultades de entender, juzgar o pensar se le proporcionan elementos no coincidentes con la realidad, evidentemente los resultados del accionar de la reflexión quedarán condicionados por los datos que le fueran suministrados. La práctica de interrogarse y juzgar con objetividad los conceptos o juicios que cada cual posea sobre los más variados temas de su conocimiento, implica una labor que no siempre se está dispuesto a realizar, situación que impide verificar por sí mismo la justeza o corrección de sus propios enfoques.

Incursionar en el análisis objetivo de los conceptos que cada cual considera correctos, reiteramos, reclama la tenencia de un espíritu abierto que habilita, y sumado a esto, la realización de un trabajo analítico sin concesiones; esto es, poner en acción el valor que impulsa la revisión de lo que se posee.

¿Cómo se impulsa esta acción revisionista? Atendiendo las interrogantes, los eventuales reclamos de la sensibilidad, las inquietudes que no siempre se les permite manifestarse, las eventuales dudas que tal vez fueron acalladas más de una vez, los reclamos a veces inaudibles de la razón a la que no siempre se le permite manifestarse.

Cada cual podrá emplear estos u otros recursos que considere apropiados a su situación actual. Realizar esta acción en el propio ámbito interno, podemos afirmar que proporciona grandes beneficios, tanto en el momento de realizarse, así como sobre su proyección a futuro.

El poder de la reflexión se cultiva, se perfecciona y en este trabajo consciente de promocionar sus mecanismos de acción, proporciona en grados crecientes seguridad, certezas, equilibrio y confianza en sus pronunciamientos.
Es claro que esta facultad accesoria del mecanismo mental deberá actuar armónicamente coordinada con otras facultades del sistema como la de razonar, de pensar, de observar y de juzgar, no excluyendo los aportes que pueda proporcionar el sistema sensible, el que muchas veces aporta una cuota de equilibrio y sensatez que en ocasiones resultan muy necesarias.

No queda fuera del accionar de la reflexión el control de las propias actuaciones, pasadas o presentes, adicionando con esta práctica un juicio imparcial de hechos o aconteceres en los que cada cual haya intervenido. La reflexión serena los ímpetus irreflexivos del ánimo, en tanto permite que se produzcan espacios donde la paciencia y la responsabilidad individual, puedan disponer de lugares de acción.