Disertación pronunciada por el Sr. Héctor Queirolo en la  Fundación Logosófica de Montevideo, el 25 de noviembre 1943 y publicado en la revista Logosofía nro. 26

La Logosofía es una ciencia práctica por excelencia; de ahí que el investigador que se acerca al conocimiento logosófico compruebe una particularidad característica del mismo: el estímulo que proporciona el ir descubriendo, y a la vez aprovechando conscientemente, lo que nominaríamos el cuadro de las posibilidades humanas.

Si observamos lo que acontece a nuestro alrededor y también nuestras propias actuaciones, fácil nos será comprobar que sólo se utiliza parte muy reducida del caudal de elementos que se tiene a disposición y del capital adquirido en la experiencia. El hombre no se sirve sino en forma parcial, del conocimiento que posee y que constituye su haber. Estas observaciones adquieren relieves más destacados si nos detenemos en las posibilidades que existen latentes en el hombre, si cotejamos lo que cada uno hace, con lo que podría realizar si se sirviera inteligentemente de las prerrogativas que le otorgan las facultades con que la naturaleza lo ha dotado. Escuchamos frecuentemente decir: «Hago lo que puedo», y, sin embargo, este «hago lo que puedo» está muy lejos de ser una afirmación exacta.

Tal es la realidad; el hombre sufre contrariedades y tiene muchas inquietudes, en buena parte, por ser muy parco en la utilización del conocimiento que posee e ignorar, en general, la suma de posibilidades que existen en su interior.

Más de uno preguntará por qué la naturaleza ha reservado estas posibilidades alejándolas del alcance del hombre.

Voy a tratar de acercar algunos elementos que permitirán comprobar que, por el contrario, la naturaleza es sumamente pródiga.

Así como en las entrañas de la tierra se ocultan minas de las que surgen vetas que llegan hasta la superficie y orientan al hombre indicándole el lugar del tesoro, así también llegan periódicamente hasta la mente y el corazón de los seres, vetas luminosas que los orientan hacia el verdadero conocimiento, Todo lo que nos rodea constituye una formidable veta luminosa fácil de descubrir a poco que se observe cualquiera de las innúmeras formas con que la naturaleza envía sus mensajes dé Sabiduría. Ella es generosa en el sentido de proporcionar al hombre todo lo que necesita para su subsistencia, también -no podría ser de otro modo- en los aspectos que conciernen al conocimiento, si bien guarda, como el mineral, sus tesoros, los que pone en manos del hombre tan pronto éste realiza el esfuerzo que habrá de acreditarle su merecimiento.

Pero lo que acontece, y es lamentable, es que por lo general él no comprende a la naturaleza, siempre solícita, señalando a través de sus mil formas de manifestación esa veta luminosa que parece advertir al hombre que muy próximo a ese mundo que habita existe otro, que quiere vincularse a su espíritu y proporcionarle una existencia mejor, ¡Cuántas veces reniega el hombre ante las vallas que se interponen a sus pasos, sin presentir siquiera que ellas podrían tener una trascendental significación para su vida! ¡Con qué frecuencia la persistencia de una enfermedad, con su consiguiente dolor, no es más que la consecuencia de la falta de consideración para con la propia salud! No obstante, el hombre muchas veces se vanagloria al poder neutralizar o atenuar transitoriamente tales efectos, inadvertir que al desoír tan valiosa voz, el mal sigue amenazándole.

¿Qué es lo que impulsa a los hombres a permanecer apartados del recto camino? Algo muy simple: muchos piensan que el desiderátum de vida es evitar todo esfuerzo, evitar las llamadas complicaciones, y disfrutar lo más posible; el trabajo es engorroso y cansa; la inercia invita a la placidez, y como esto es logrado algunas veces en determinados aspectos, de ahí que el hombre se pase esperando que alguien descubra un «elixir de felicidad» y se lo brinde sin realizar esfuerzo alguno para merecerlo. Y he aquí que las posibilidades del hombre continúan adormecidas, aletargadas, pues ignora las perspectivas que la actividad le abre.

Voy a tratar un punto que tiene relación con una de las máximas posibilidades del hombre: el tiempo. Observando lo que pasa a la mayoría de las personas, vemos que a todas falta tiempo. Sin embargo, si de algo podemos afirmar que dispone todo el mundo, que la naturaleza brinda ampliamente y a todos por igual, es de tiempo.

Ahora bien; siendo que todos pueden disponer de él abundantemente, ¿por qué falta? Por la deficiente distribución que de él se hace. Se contraen compromisos, se firman vales con cargo al tiempo -sin pensar que luego se habrá de cumplir y que la disponibilidad es limitada. Siempre parece que es tanto el tiempo con que se cuenta que no hay necesidad de vigilar el saldo existente para girar. Es natural, entonces, que tal saldo se agote y se entre en déficit. Por ello la expresión tan corriente: «No tengo tiempo».

Cuando una persona percibe haber invertido tiempo en cosas que carecen de importancia, o recoge resultados contrarios a los que esperaba, se le oye decir: «Perdí el tiempo». Hay otro caso, bastante curioso por cierto, el de aquel que tiene pocas ganas de trabajar o no tiene ninguna. Para éste siempre hay tiempo. Y con decir: «Hay tiempo, hay tiempo…”, va posponiendo indefinidamente lo que debe hacer. Pero también dice: «Hay tiempo», aquel que quiere realizar un supremo esfuerzo antes de entregarse vencido. Esta expresión actúa en él como el más grande estímulo hacia una máxima realización, siendo ese espacio aprovechado en toda su intensidad.

Quiero hacer notar aquí, cómo tienen significado tan diferente, expresiones similares, confirmando un axioma logosófico capaz de sorprender a quien lo escuche por primera vez, y que expresa que las palabras tienen su luz y su sombra, según quien las pronuncie, vale decir, que las mismas palabras pueden dar o quitar la vida; anular, inhibir o vigorizar la acción. Lo que expresa este axioma lo encontramos ampliamente corroborado a través de lo expuesto, en donde vemos como una persona anula su propia vida y la otra la enaltece, pronunciando ambas las mismas palabras.

Como el tiempo pasa inexorablemente y a veces espanta constatar que con él se va la vida, en infantil engaño, hay quienes en vez de sumar los meses y los años, los restan a medida que transcurren. Vemos, pues, qué modo tan particular tiene cada uno de encarar el valor del tiempo.

Dije recién que la vida se va con el tiempo. Esta es la cruda realidad, bien amarga, no hay duda, para el que lo pierde; pero, para el que vive con él y es su amigo, se convierte en fertilísimo campo. Entonces, el reloj y el almanaque, que son los que en cierta forma lo miden, dejan, de ser motivo de lamentaciones y torturas, para ser los mejores aliados, y un estímulo poderoso que impulsa a la actividad, al aprovechamiento integral del tiempo.

No riñamos con el tiempo y no reñiremos con nuestra propia vida, sin otro resultado que hacerla infeliz y estéril.

La Logosofía dice que el tiempo puede ensancharse, y es muy fácil verificarlo: si lo que debe hacerse en un año es posible realizarlo en un tiempo menor, el tiempo se ensancha; si un estudiante para terminar su carrera utiliza diez años, otro cinco y otro dos, mayor será la disponibilidad de tiempo de este último para efectuar otras cosas, que la de los otros dos.

Asimismo expresa la Logosofía que una utilización inteligente del tiempo puede duplicar, triplicar y hasta centuplicar la existencia. Si el tiempo puede ensancharse, para el que así lo logra también la vida puede ensancharse, desde que ha realizado más de lo que hubiera podido realizar sin ese espacio de tiempo aprovechado.

¿Cómo utilizar el tiempo en forma de estar habilitado para hacer lo que debemos hacer en un plazo menor del que tenemos asignado?

La Logosofía determina que el conocimiento es el que auxilia para realizar en breve lapso lo que de otro modo requeriría tanteos y vacilaciones, con indudable absorción de tiempo.

Refiriéndose a las riquezas del conocimiento, publicó la revista “Logosofía» esto que voy a leer: «…son tan incalculables, tan inagotables; que las más grandes fortunas económicas no podrían compararse con el valor de estas riquezas cuando se poseen bajo la suprema garantía de la evidencia. Las fortunas del metal pueden gastarse y extinguirse, las del conocimiento son eternas. El saber protege al ser contra los males de la adversidad y extiende esa protección a todos los que se colocan al amparo de quien lo posee».

¿Cómo puede incorporarse el conocimiento al acervo propio en forma evidente y que permita manejarlo conscientemente?

Utilizando las facultades con las que la naturaleza ha dotado al hombre; utilizando, en primer término, la mente para pensar. Y voy a definir aquí el sentido logosófico de la expresión, pensar.

Así como cuando nos trasladamos de un punto a otro, nos ubicamos en un estado activo sin que llamemos a esto actividad, así también el simple hecho de mover en la mente algunos pensamientos, no es considerado pensar.

Pensar, debe entenderse cuando tal función se produce mediante una acción consciente que gobierna y dirige la actividad mental; pensar bien, cuando existe en ella un orden y un objetivo del que se extrae un resultado que coloca al ser en una posición diferente, superior desde luego, a la que tenía antes. Entiéndase que no se trata de un movimiento cíclico, sino de un recorrido ascendente, y adviértase que entre uno y otro existe la fundamental diferencia de que mientras en el primero, después de recorrida la órbita y producido el desplazamiento, se vuelve a una posición similar a la primitiva, en el segundo se pasa siempre a un grado más alto, vale decir, se modifica, ya favorable, ya desfavorablemente, lo que se viene analizando o tratando de resolver, lo cual siempre marca un avance en el problema que preocupa la mente.

¿Para qué ha sido dotado el hombre de mente si no para ser empleada? El tiempo que se aprovecha pensando repercute en forma ventajosa sobre las actuaciones, renovando constantemente la vida a medida que éstas van siendo corregidas por las experiencias. A la inversa, el tiempo que se pasa sin pensar es vida que se pierde, vida muerta. Tenemos, pues, a nuestra disposición la posibilidad de ensanchar y aprovechar el tiempo en forma mucho más efectiva de lo que se hace corrientemente.

Dentro del pensamiento existe una gradación extensísima de valores, y cada uno se ubica de acuerdo a la naturaleza de los mismos. Si éstos son elevados, poderosos, dotados de sabiduría, es fácil deducir que el que los acoja y absorba su esencia incorporándolos a su vida, alcanzará en corto espacio de tiempo lo que otro, menos inclinado al cultivo de pensamientos de esa índole, no alcanzará quizá en el total de años de su existencia.

Cuántas veces nos hemos detenido a meditar sobre cómo absorben el tiempo los pequeños problemas y cómo atraen la atención las cosas triviales, sin ninguna importancia. Una observación constante permitirá discernir el valor real de las cosas y dedicarles el tiempo que realmente requieren. Esta es una clave que permitirá resolver el problema de la falta de tiempo.

Una mente que carece de conocimientos, y sin aspiraciones, empleará el tiempo con limitados resultados; en cambio otra, disciplinada, capaz de determinar la posición y valor de todo aquello que tiene relación con la vida de su propio ser, lo aprovechará intensamente.

La mente puede, pues, limitar al tiempo, ser su dueña, no su esclava. Aquella que lo pierde, se ve limitada por él; obligada a realizar en corto espacio lo que pudo efectuar en forma holgada.

Lo que en realidad dificulta que estas sencillas y lógicas consideraciones sean puestas en práctica, es que el común de las gentes ignora qué es la actividad mental; ignora que dispone de un organismo psicológico de ilimitadas posibilidades, que no ha sido utilizado sino en proporción reducidísima, tanto, que sólo se lo emplea para la atención de las cosas comunes de la vida, sin incursionar siquiera en la más elemental selección de los pensamientos que salen y entran en la mente y que son los que determinan la calidad de las actuaciones de cada uno.

La Logosofía trae el mensaje promisor de que el hombre tiene dentro de sí mismo ilimitadas posibilidades de superarse; de llevar su vida hacia un destino mejor, de hacerla más fecunda para sí y para los que le rodean. Pero ello no se limita, como dijimos muchas veces, a expresar esto, sino que pone al alcance de todos, las enseñanzas y el método para realizar lo que preconiza; brinda la oportunidad de la experimentación, con el agregado invalorable de poder recibir del propio creador de la Logosofía cuanta explicación y aclaración no logre obtener por otros medios.

A la inversa de lo que se expresa corrientemente, puede recuperarse él tiempo perdido, consiste en realizar en el que aún queda, lo que antes no se hizo. Se hace necesario enfrentar la vida resueltamente para utilizar el tiempo que todavía existe a nuestra disposición, en forma eficiente, dejando de lado las lamentaciones.

Es, pues, posible realizar mucho con los elementos que están a nuestro alcance; mucho y de incalculable trascendencia.

Quiero aclarar que el pensamiento que inspira mis palabras no envuelve una exhortación a hacer abandono de los espacios de tiempo poco productivos o de relativo valor efectivo. En mi concepto debe comenzarse por transmutar, en primer término, un espacio, el de menor valor, en un tiempo activo, útil. Con el resultado obtenido se dispondrá de energías para ir transmutando sucesivos espacios, los que unidos determinarán un cambio altamente favorable en la vida de cada uno. No es que se produzca un milagro incomprensible; todo lo contrario, es algo simple y sencillo. Es la utilización de posibilidades latentes en forma consciente y racional.

Quisiera llevar a cada uno a la posición mental de aquel que expresa «Hay tiempo», en el sentido activo, que anhela realizar mucho y piensa que aún hay tiempo de hacerlo. Pueden recuperarse posiciones en lo que todavía resta de vida, cualesquiera sean los años y espacios de tiempo disponibles.

Voy a agregar otra expresión a la anterior, la cual todavía no he mencionado, y es ésta: «Es tiempo». Se dice «es tiempo» cuando es llegada la hora de actuar, de decidirse, de comenzar, dé cosechar. Toda la humanidad está convulsionada por una sacudida tremenda: una de esas grandes vallas que opone la naturaleza a los grandes males. A América le está reservada una gran misión: ha expresado el creador de la Logosofía que en las entrañas de América se gesta el futuro de la humanidad. Nosotros, que tenemos el privilegio de vivir en cierto modo al margen de este caos, no dejemos pasar la oportunidad que se nos brinda, de utilizar nuestra vida en forma útil, y digamos: «Es tiempo».