Existe un dicho popular -que no compartimos- relacionado con creer una determinada cosa o sufrir las consecuencias de la incredulidad.

Esta actitud ante ciertas situaciones que se nos presentan en la vida, pone de manifiesto un gran desconocimiento del mundo causal, de ese mundo al que solamente se accede mediante el conocimiento, que será el que nos ayude a descubrir la causa de todo lo que sucede, ya sea en el plano físico como en el plano psico-espiritual.

En muchos aspectos de nuestra vida, podemos comenzar creyendo en algo y luego o lo descartamos por no ser verdadero o convertimos esa creencia en conocimiento, cuando con nuestra propia experiencia logramos verificar que es cierto. Lógicamente que para que se produzca este cambio, se requiere de una actitud abierta a la investigación, manteniendo aquella creencia sólo el tiempo necesario para poder adquirir el conocimiento y la experiencia que nos permita poder descartarlo o verificarlo.

Creer en algo, en alguna medida, anula una parte de nuestro mundo interno. O enquista un pensamiento en nuestra mente o paraliza la acción de alguna de nuestras facultades mentales, ya sea la de razonar, la de entender, la de comprender o deforma la acción de la facultad de observar. En conclusión, en todos los casos se produce un estancamiento en nuestro proceso de evolución individual e incluso un retroceso en ese proceso, si esa creencia llega al extremo del fanatismo.

El pensador argentino Carlos B. González Pecotche (Raumsol) ha llamado psiqueálisis a ese proceso de parálisis operado en el mundo interno del ser humano. Parálisis que comienza por afectar su sistema mental pero que luego indirectamente afecta también su sensibilidad.

A lo largo de la historia los períodos de estancamiento y los períodos de avance de la humanidad han correspondido siempre a las etapas en las que, respectivamente, se impuso la creencia o se impuso la investigación, prueba evidente de la influencia decisiva de una u otra actitud ante los desafíos que permanentemente se le han presentado al ser humano.

Existe un error muy común que es asociar casi exclusivamente el concepto de creencia con religión. Este concepto es muchísimo más amplio porque comprende a todos los dogmas, a las corrientes de pensamiento extremistas, a los racismos y también podría estar relacionada con una filosofía, con la política, e incluso referirse a nosotros mismos cuando nos creemos lo que no somos, ya sea por tener un complejo de inferioridad o de superioridad. En todos los casos las creencias se convierten en un permanente motivo de desubicación para el ser humano que las padece.

Los estudios en diferentes institutos de enseñanza y las investigaciones personales que podamos realizar nos capacitan para erradicar muchas de esas creencias. Pero las vinculadas con nuestro mundo interno requieren de conocimientos verdaderamente trascendentes – o sea que nos permitan trascender estados-, también requieren de un método y de un ambiente, tales como los que ofrece la Logosofía. Es allí que el dicho popular se transforma en otro, que dice: creer o rever todas las creencias; lo que contrapone la actitud pasiva, cómoda e irracional que nos mantiene ignorantes, a una actitud activa, racional y consciente, basada en la búsqueda permanente del conocimiento causal.