En la actividad docente es ya poco usual que se «ponga en penitencia» a los niños, esa práctica nada edificante ha sido sustituida por otras como enviar al niño a que se «siente a pensar».
Claramente que la intención del adulto es que el niño no vuelva a cometer ese error, que se detenga y reflexione sobre aquello que hizo mal, pero eso que le estamos pidiendo ¿es realizable? ¿Tiene el niño la capacidad de reflexionar por sí solo? Bajo la luz de estas reflexiones, mandar al niño a pensar, ¿No es en definitiva muy parecido a ponerlo en penitencia?
El niño no necesariamente sabe qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, es el adulto quien debe guiarlo y orientar su comportamiento, en función de su conocimiento, permitiendo que el niño pueda corregir su conducta.
Desde temprana edad, como alumna de la Escuela Logosófica, se me enseñó que cuando cometemos un error, o hacemos algo que no es correcto, no basta con decir perdón, lo siento, lo lamento, etc., sino que la forma de revertir el desacierto es a través de la producción de aciertos evitando también repetir esa conducta. La explicación y la corrección individual siempre estaban presentes a la hora de orientar nuestra conducta, sin dejarnos en evidencia, se nos hacía ver el error a través de la pregunta y la observación, propiciando una conducta posterior acertada. Esa enseñanza me acompaña hasta el día de hoy, y siendo ya adulta, he podido hacer consciente el gran valor que tiene para la vida.
Actualmente, en mi desempeño como docente, pude ver que el desafío más grande no está en pensar qué contenidos abordar y de qué forma hacerlo, sino en buscar la forma de brindar orientaciones que permitan formar niños libres y conscientes de su accionar. En el día a día son muchos los momentos en que nos encontramos con conductas a corregir y gracias al conocimiento logosófico pude ir comprendiendo que para hacerlo necesito estar muy atenta a mi estado interno y al efecto que va a generar aquello que transmita.
A continuación, me gustaría compartir algunos aspectos que según he ido comprendiendo y experimentando, debemos considerar a la hora de realizar una corrección:
- No corregir con reacción o enojados, es decir que no sea corregir porque me molesta la conducta del niño en ese momento. A la hora de corregir cuidar mantener un estado interno sereno y saber que es importante hacer la corrección con firmeza pero también con afecto, y para ello es importante el vínculo que se va creando con el niño, conocerlo y proponerme colaborar con él para que pueda ir superándose.
- Que lo que transmita lleve al niño a observar su propio sentir, que le permita ir comprendiendo el por qué de las cosas y que sepa que lo que le estamos transmitiendo es porque queremos que sea una persona de bien y feliz.
- Revisar que lo que esté orientando sea algo realmente a corregir y no cosas circunstanciales que como adulto pretendo que se realicen de determinada manera pero que no necesariamente tienen que realizarse así.
- Si es algo que hay que marcar en el momento, hacerlo, pero no olvidarme luego de buscar un momento preciso, de serenidad, para poder dar explicaciones y dedicarle un tiempo al diálogo con el niño.
- Revisar cómo me siento al transmitir determinada orientación, ya que en algunos casos escuchar a mi sentir me permite saber si mi actuación fue acertada o no.
- Corregir sin generar temor, cuidando el vínculo que me une con el alumno.
En una oportunidad, trabajando con niños de nivel inicial, luego de hacer el saludo de bienvenida, cada niño tenía un tiempo para expresar algo de lo que había podido hacer en el fin de semana. Un niño luego de compartir sus anécdotas, se tapaba los oídos, distraía a un amigo muy querido que se sentaba a su lado y no prestaba atención a lo que los demás amiguitos tenían para decir. Su actitud generó rechazo en los demás niños, y por más que se transmitió varias veces la importancia de escucharnos, siguió haciéndolo. Se continuó con la actividad, pero luego pudimos conversar individualmente y notar que había un pensamiento que no estaba dejando que él disfrutara de esa instancia. Tratamos de determinar juntos, el estado interno que estaba teniendo en ese momento, lo que generaba en el sentir de sus compañeritos, y conversamos sobre aquellas cosas que nos gustan de estar con nuestros compañeros y amigos en la escuela. Nos propusimos estar atentos a que ese pensamiento no aparezca la próxima vez que realicemos la propuesta y para ello buscamos diferentes estrategias. Una de ellas fue notar que estar sentado al lado de ese amiguito en el momento de la ronda no le permitía concentrarse, por lo tanto para esos momentos lo mejor era cambiar de lugar con algún compañero que lo ayude a estar más atento. Otra cosa que propusimos fue que colaborara ordenando la ronda y dándole la palabra a sus compañeros. Mediante el diálogo reiterado en más de una oportunidad y la explicación con afecto, el niño fue cambiando su actitud. Esta forma de orientar requiere paciencia y constancia, debido a que es necesario intervenir en más de una oportunidad en el momento oportuno y acompañar al niño en el proceso que requiere modificar una conducta.
Como docente, es sumamente estimulante observar cómo esta forma de corregir genera un vínculo sensible más fuerte con el alumno, que demuestra con expresiones y actos que está agradecido por la ayuda en esa lucha que no lo está dejando disfrutar de lo que lo rodea. Además se evidencia que el niño comienza a observar su estado interno y se lo va ayudando a pensar en qué cosas puede cambiar dentro de sí para superar sus dificultades.
Si como docentes, lo que aspiramos es formar alumnos que piensen libremente, no deberíamos permitir que el pensar se asocie con un castigo. Es parte de nuestro rol acompañar al niño en su proceso de superación y formación de su individualidad.
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