“Yo soy así”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase como justificación de cualquier conducta inapropiada? “Yo soy así, digo las cosas como son y en la cara”. “¡Y bueno, yo soy así, impulsivo!”. “Sí, yo soy así, ¡cuando se me pone una idea en la cabeza no me la puedo sacar!” Las más de las veces hasta expresadas con énfasis y orgullo, como si fuera un mérito. Pero, ¿Qué hay detrás de esta frase?
Logosofía es una ciencia que, entre otras cosas, estudia las causas de nuestra conducta. Entendiendo esas causas, nos da el poder de cambiarla, para dejar de ser lo que somos y comenzar a ser lo que queremos ser. Pero ¿se puede cambiar? Conversando con conocidos, amigos y familiares, muchas veces noto en ellos un pensamiento que les dice que ellos son así, y no pueden ser de otra manera. Dejar de ser como son parece, muchas veces, algo imposible y hasta ofensivo. Incluso aquellos que tienen la intención de cambiar comienzan a dudar y manifiestan “Yo intento, intento e intento, ¡pero no puedo! Siempre termino igual”. ¿Será que no es posible?
Vivimos en un mundo donde el cambio es la regla y cada vez de forma más acelerada. Lo vemos en el desarrollo de nuevas tecnologías, en las modas que nacen y pasan en cuestión de meses o semanas, etc. Cuando escucho a mis amigos y familiares decir que no pueden cambiar les pregunto “¿será que justo nosotros somos la excepción y no podemos cambiar?”.
¿Qué es lo que ha llevado al cambio, en todos los dominios en los que ha avanzado el hombre? La ciencia. La ciencia es la que ha promovido prácticamente todos los cambios positivos que conocemos: nos ha llevado a la Luna, nos ha permitido producir más y mejor comida, nos ha brindado comodidades e información sobre el mundo, nos permite conocer la naturaleza y saber cómo preservarla, entre tantos y tantos otros cambios que ha propiciado en nuestra vida. La mayoría son cambios externos al ser humano. Pero incluso en nosotros mismos, la ciencia nos ha enseñado a cuidar nuestra propia salud, a que podemos adelgazar, engordar, ser más musculosos, todos cambios que hacemos nosotros por nosotros mismos. ¿Por qué entonces no podríamos también ser capaces de cambiar nuestra forma de ser, nuestros pensamientos y nuestra conducta?
La respuesta me parece clara, porque ninguna ciencia se ha abocado exitosamente a la tarea de estudiar los cambios internos en el ser humano tal como lo viene enseñando la Logosofía desde sus inicios. Ninguna ciencia había logrado entender las causas primarias de la conducta humana, cómo afectar esas causas y, entonces, lograr finalmente empezar a modificar nuestra conducta. Tanto nos hemos concentrado en lo externo, en lo material, que no hemos desarrollado una ciencia que se dedique a quizás la parte más importante de nuestras vidas, nuestro mundo interior. Esta puede que sea una de las causas de la infelicidad humana: no saber las causas de su conducta y, por ende, no saber ser dueño de ella, y así dominar nuestra voluntad y nuestra vida.
La Logosofía viene a llenar ese vacío. Entre otras cosas, enseña que una de las principales causas de nuestra conducta son los pensamientos, que habitan en la mente humana y actúan como si tuvieran vida propia, independientes de nuestra voluntad. Gracias a esta ciencia, estoy aprendiendo a observarlos, identificarlos, y seleccionarlos, logrando así sucesivos cambios en mi forma de ser, en mi conducta.
Al estudiar Logosofía vamos fortaleciendo el anhelo de ser mejores, de evolucionar, a la par que descubrimos cómo hacerlo para que ello no quede en un slogan bonito o una simple expresión vacía de buenas intenciones. El proceso es individual, uno es el investigador de su propio mundo interno. El método es el científico, por el cual debemos estudiar, experimentar lo que estudiamos, y nuevamente estudiar lo que experimentamos. No hay que creerle nada a nadie. Generando hipótesis y comprobándolas en el campo experimental que es la vida diaria, podemos ir construyendo conocimientos que trascienden lo diario. Estos son los que nos dan el poder de cambiar; en este caso, cambiarnos a nosotros mismos.
Poco hay que produzca tanta felicidad como proponerse ser mejor, proponerse cambiar, y gradualmente lograrlo; paso a paso, comenzar a ver esos cambios hacerse realidad. La felicidad es compartida por uno y por nuestros seres queridos.
Pero no me crea, compruébelo por usted mismo. Así cuando le toque a usted, podrá decir lo mismo que digo cuando me toca a mí: “Sí, ¡yo soy así!… y estoy en el proceso de cambiar.”
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