Recordar es, de alguna manera, revivir instancias del pasado. Pero las imágenes que el recuerdo evoca no siempre reproducen con fidelidad lo anteriormente vivido. Ocurre además que si no es el mismo ser quien pone a funcionar esa facultad mental, los efectos pueden ser diferentes a los queridos.

Cabe preguntarse por qué a veces los tiempos que vuelven del pasado llegan lozanos y traen ráfagas de energía cuando, en otros, la presencia de los mismos sucesos producen nostalgia o pesar.

Indagar esas causas y trabajar sobre ellas constructivamente trocando dolor o disgusto por energía positiva es un área a la que el conocimiento logosófico brinda especial consideración, aportando significativos elementos para el gobierno y el equilibrio psicológico en lo individual y en lo colectivo. Es que así como podemos pasar por estados individuales de melancolía o entusiasmo, también pueden existir rasgos de idiosincrasia en uno u otro sentido en los pueblos y las sociedades.

Leyendo el libro “Diálogos” de Carlos Bernardo González Pecotche (Raumsol) encontramos un hilo conductor para observar trayectorias y trabajar sobre los “por qué” de las oscilaciones en cuanto a la carga positiva o negativa que traen los recuerdos.

El tema del Diálogo XXXVII refiere al enigma de la vida en cuanto a sus pesares y desventuras y medios de conjurarlos.

En un fragmento del mismo, el Preceptor responde a una interrogante acerca de por qué experimentamos tantas transiciones en el curso de la vida, ora de tristeza, de padecimiento, de disgusto, ora de placer , de alegría o de dicha.

A la pregunta de Constantino a su Preceptor, éste le responde:

…Cuando no se lleva cuenta de cada uno de los actos, episodios o circunstancias de la vida, piérdese, por lo general, la noción del tiempo y, del mismo modo, el sentido ideal de nuestra vida. De ahí que, con frecuencia, se vea a unos y a otros experimentar por turno estados depresivos de gran abatimiento, ocasionados por contrariedades o pesares cuya congoja les contrae el ánimo al extremo de sumergirlos, muchas veces, en un incontenible deseo de abandono espiritual y físico que los desliza, involuntariamente o por descuido, hacia el más crudo pesimismo, la nostalgia o la rebeldía moral. (1)

Si se experimenta vacío, languidez o abandono, el ser tiene la oportunidad de

…hacer compartir de nuevo a la mente un hecho grato, vivido felizmente y que, por ser real, ha formado parte de nuestra vida… (2).

Pero inquieta averiguar por qué a veces el proceso no siempre resulta exitoso y siendo el conocimiento logosófico un conocimiento causal, todo invita a que cada cual pueda bucear en las causas y hallar respuestas.

En cada uno de nosotros existe la posibilidad de llevar cuentas y realizar a conciencia (3) un inventario de su capital de vida. No obstante, a la hora del inventario y aprovechamiento del “stock” algo falla; ciertos mecanismos o auxiliares de la labor parecen ingobernables. Eso -que podrá o no tomarnos por sorpresa- hace que suframos a causa de no poder lograr lo que nos proponemos, no encontrar lo que buscamos y lamentar que nuestras acciones no reflejen nuestra intención ni satisfagan nuestro querer.

Veamos estas circunstancias metafóricamente:

  • Enviamos un pedido a nuestra memoria para que nos traiga un recuerdo grato. El “encargado del archivo” acude pero en ocasiones nos llena de expedientes inconclusos, que nos recuerdan lo que no logramos, los casos frustrados, lo que sufrimos, etc. ¡Pero éste no era el pedido!.
  • En otras el encargado viene con el recuerdo solicitado, pero notamos que vuelve mustio; estuvo mal conservado, no tiene la lozanía que debía tener y por tanto no cumple el efecto esperado. El recuerdo acusa que ha pasado el tiempo sin que hubiera sido mantenido como debía; no fue bien resguardado, solo vale tal vez como pieza de museo “de lo que fue”, en vez de ser útil. El resultado no es tampoco el esperado: en vez de alegría produce nostalgia de un tiempo ido, que no volverá….¿De qué sirvió guardarlo así?
  • Si fuéramos los gerentes de ese establecimiento interno de archivo de los recuerdos, sería lógico que llamáramos a responsabilidad y advirtiéramos al “archivista” que no cumple con lo que queremos, pues nos trae lo que no pedimos o lo trae pero demuestra que no estuvo bien conservado. Pero el empleado podrá respondernos: “Ud. no me dio instrucciones claras de cómo actuar; Ud. no me supo ilustrar ni mandar. No es mía, pues, la responsabilidad sino suya”.  ¿Sabemos cómo enseñarles a los sistemas del mecanismo psicológico el correcto manejo del recuerdo y su adecuada conservación?. Si no lo sabemos, ¿estamos dispuestos a aprender o trasladaremos la responsabilidad a otras personas o a ciertas circunstancias de las fallas de nuestro sistema, desahogándonos con quejas? ¿Endosaremos a terceros la gestión pretendiendo buscar fuera lo que no hallamos dentro (orden, paz, serenidad, alegría, energías, etc.)? ¿o lo tomaremos como una oportunidad para mejorar la gestión de nuestros recuerdos?

Esto parece ser un tema de conciencia para encarar la vida. He ahí una de sus funciones. El recuerdo solo, frío, desconectado de la vida y meramente arrumbado, seguramente no será fácil de encontrar, ni de cumplir una función útil. Faltó análisis, valoración, aprovechamiento de lo vivenciado; debemos superar nuestro desempeño, actuando a conciencia. En el campo de las realizaciones humanas se ha demostrado cuánto se ha avanzado aprovechando los sucesos vividos. Se han ido adquiriendo muchos conocimientos que superaron dificultades. Es así que se aprendieron procesos biológicos, creando vacunas, mejorando cultivos, combatiendo plagas, reduciendo riesgos, multiplicando producciones. También en muchos otros aspectos el progreso habilitó significativos avances; el desarrollo eficiente de nuevos medios de transportes, cada vez más confortables, seguros, prácticos, ahorrativos; se logró mejorar superlativamente las comunicaciones y los medios de conservación de documentos, palabras e imágenes. ¿Estaremos condenados a seguir en lo interno recoleccionando magros frutos silvestres renunciando a mejorar los rindes, aplicando conocimientos experimentales? ¿Deberemos resignarnos a tener que hurgar a tientas, erráticamente, recursos inciertos y disponiendo de limitadas energías cuando podríamos utilizar nuestras capacidades en forma consciente para enaltecer la vida, la propia y la de los seres que nos rodean?

Vivir a conciencia, supone saber por qué y para qué vivimos y saber cómo aprovechar lo que esa vida nos presenta como oportunidad para extraer su fruto: la experiencia, que es la parte viva de la realidad. Esto permite posibilitar al ser el hallazgo de las propias claves que le expliquen el por qué de los hechos felices, por qué a veces traen nostalgias en vez de la alegría que otrora propiciaron, por qué se escurren las energías o cómo hacer para mantenerlas frescas y aumentadas, de modo que tonifiquen la vida presente y la doten de los elementos necesarios para proponerse dar los próximos pasos en la vida con mayor solvencia y generoso entusiasmo.

(1)    Diálogos, 1ra. Edición –1952. Montevideo- página 149
(2)    Introducción al Conocimiento Logosófico – 1ra. Edición –1951 Montevideo- página 435.
(3)    Al expresar “a conciencia” queremos significarlo con el alcance que hemos ido aprendiendo con Logosofía. En el caso implicaría estar atento a los movimientos internos que se producen cuando uno piensa o, por el contrario, deja de pensar dejándose llevar; cuando resalta en su debida magnitud un hecho vivido o lo descarta por no ser significativo. Esto es, a nuestro entender, mucho más que estar “advertido” a cuanto acontece en el mundo interno individual, ya que supone disponer de conocimientos apropiados para entender lo que está aconteciendo en nuestro interior y actuar con autoridad dentro de sí mismo, dirigiendo el proceso mental, sin dejarse llevar por tendencias o impulsos momentáneos.