La historia nos muestra un incremento permanente en la utilización de la inteligencia en todo lo que concierne a la vida del hombre. Ello se reflejó en la mejoría continua de sus formas de vida a lo largo de las épocas. Podemos conjeturar que el dominio sobre el fuego le permitió evitar la penuria del frío a la vez que mejoró su alimentación con la posibilidad de cocinar. Cuando su inteligencia penetró en los secretos del desarrollo de los vegetales pudo abandonar su condición nómada, convirtiéndose en cultivador de sus alimentos. De la misma manera fue adquiriendo dominio sobre la naturaleza que lo rodeaba y aprendiendo a dominarla y aún a modificarla.
La exclamación Eureka significó la comprensión de la razón de la flotabilidad de los cuerpos y la base técnica para la construcción de navíos cada vez mejores y más grandes.
Igual origen –el desarrollo de su inteligencia- tienen la utilización de herramientas, la construcción de viviendas, el calzado, las vestimentas y las armas que lo pusieron a salvo del ataque de las bestias feroces.
El desarrollo de las facultades mentales se manifestó en el conocimiento progresivo de la naturaleza, en la utilización de su capacidad inteligente para resolver los problemas que la vida le presentaba y en la adquisición de grandes ventajas para la vida individual y colectiva.
Nos encontramos aquí ante la generación de un hecho histórico de suma importancia que aún hoy afecta a la humanidad: la preponderancia de la utilización de la inteligencia en lo físico. Cada conquista de la mente del hombre sobre aspectos materiales de su vida significó ventajas inmediatas y la verificación experimental de su realidad. Así sucedió con la elaboración de los metales, el uso de la rueda, los rudimentos de la medicina, las primeras nociones sobre matemáticas o astronomía y la construcción de instrumentos musicales. Cada una de esas conquistas de la inteligencia significó un avance, pero también grandes estímulos para persistir en ese sentido.
No sucedió lo mismo con la otra clase de problemas; la naturaleza del bien, la existencia del mal, el origen de los sucesos que lo afectaban benéfica o perjudicialmente, el destino, la existencia o no de dioses, la muerte, el más allá, las condiciones distintas de los individuos: la inteligencia trataba de penetrar en esos aspectos, pero los resultados no se lograban de la misma manera que en el campo de lo material; por lo general lo hallado eran conjeturas, explicaciones imposibles de comprobar, creencias y supersticiones.
No cabe duda alguna de que entre los problemas que preocupaban a los primeros hombres se contaban los misterios relativos a la vida, a su propia condición humana y a la existencia o no de otras manifestaciones naturales no pertenecientes al mundo físico. Todo ello está ampliamente documentado en milenarias pinturas rupestres y en los mitos, leyendas y supersticiones que han llegado hasta nosotros.
En todas las épocas hubo hombres preclaros que se interesaron en estos temas y trataron de hallar respuestas concretas a los interrogantes. En todas las culturas existieron individuos que intuyeron concepciones superiores y señalaron la necesidad de trabajar para que las inteligencias penetraran también en esas realidades no materiales. Generalmente el fracaso de esos intentos señaló el comienzo de la decadencia de las respectivas culturas. Lo vemos en la India con la desaparición del movimiento humanista “Nyaya”, que intentó liberar las mentes del dogmatismo imperante y hallar explicaciones razonables a los misterios de la creación. Desaparecido ese antiguo humanismo, la India se precipitó en el desgraciado estado en que aún hoy la vemos.
Egipto fue quizá la cuna de los humanismos, con principios de alta sabiduría que los griegos reconocerían luego como origen de su filosofía. Una de sus más elevadas muestras lo constituye la “Alegoría de la Caverna”, donde Platón pone en boca de Sócrates la situación de los hombres que están sujetos a lo material y los describe como
«…atados y encadenados de tal modo que se hallan imposibilitados de mover sus cabezas… identificando el mundo visible con su prisión… incapacitados para el ascenso al mundo superior y la visión de las cosas superiores en la subida del alma a la región inteligible.»
También la tradición ha atribuido a Sócrates la indicación Conócete a ti mismo.
En Realidad esa sugerencia es mucho más antigua, pero antes y después de Sócrates su realización resultó imposible, faltaban los conocimientos que habilitaran al hombre para esa realización y el método que llevara a ello.
Estas concepciones, fuera de duda, señalan el apogeo del humanismo griego y a partir de la imposibilidad de realizarlas comienza la decadencia de esa cultura. El estado primitivo de los hombres de la época hizo imposible seguir adelante en esos aspectos elevados. Se sucede luego el largo paréntesis de la Edad Media, pero muchos siglos después, con el Renacimiento, la cultura griega promueve nuevos movimientos humanistas que significarán avances considerables.
Francisco Petrarca, Dante y Juan Boccacio crean un nuevo humanismo cuya finalidad consistía en revivir el amor al conocimiento, particularmente la sabiduría humana.
Siguió a esto el movimiento humanista que culminó en el iluminismo y las concepciones de quién hoy es reconocido como la inteligencia rectora del gran movimiento cultural que culminó con la Revolución Francesa: Condorcet. Veamos algunas de sus concepciones:
«La naturaleza no ha puesto límite alguno al perfeccionamiento de las facultades humanas… la perfectibilidad del hombre es realmente infinita.»
Simultáneamente la Edad Moderna trajo nuevamente la opción entre el estudio del “Mundo Superior” que mencionó Platón en su Alegoría y la posibilidad de grandes avances en lo físico. Francis Bacon inclinó la balanza hacia lo físico, con el éxito de las ciencias físicas que aplican el método experimental. Comenzó allí el progreso del mundo moderno, deslumbrado por las grandes posibilidades que hoy se concretan en ciencia y tecnología. Pero se ha perdido de vista que ciencia y tecnología son “subproductos” de la cultura y no podrían existir sin ella.
Las dificultades existentes para aplicar los principios científicos experimentales a los problemas de orden superior, por la falta de los conocimientos mínimos necesarios y por la ausencia de elementos metodológicos imprescindibles, hicieron que los hombres se volcaran abiertamente hacia el campo de las conquistas fáciles que ofrecía el mundo material y la historia de los últimos siglos nos muestra los prodigios logrados en ese sentido.
Ese es el origen del enorme desequilibrio entre el progreso material y el retraso moral, ético y espiritual del mundo actual. Ello no significa que los hombres hayan dejado de lado los aspectos más elevados de la condición humana, por el contrario, hoy vemos como se acentúa constantemente el interés por aquellos interrogantes, aparentemente olvidados o sin respuesta.
El desequilibrio de la utilización material de la inteligencia ha llevado a extremos tales que su manifestación comienza a percibirse como una grave amenaza: la contaminación del planeta, los enormes perjuicios sociales y económicos, el agotamiento de las fuentes naturales de la vida, la superpoblación, el descontento generalizado; la infelicidad, en suma, como contraste de la utopía (¿ilusión o quimera?) del mundo feliz prometido por el progreso en los dos últimos siglos. Y cada vez es mayor el requerimiento de alternativas para estas situaciones.
Todo esto está señalando la necesidad imperiosa de corregir el rumbo; no se trata de renunciar a los avances de la ciencia y la tecnología sino de recuperar el perdido equilibrio, poniendo la figura humana en primer lugar y sus posibilidades de superación como gran objetivo al cual deberá subordinarse lo material. La necesidad de poner en práctica las palabras de Condorcet: la naturaleza no ha puesto límite alguno al perfeccionamiento de las facultades humanas, la perfectibilidad del hombre es infinita. Es necesario, pues, un nuevo humanismo que ponga cada cosa en su lugar, venciendo las dificultades que han impedido el avance de la ciencia humana en los aspectos más elevados de la sabiduría.
Los tiempos van señalando las necesidades de los cambios. Los grandes pensadores del pasado, que concibieron formas más elevadas de vida, que intuyeron una humanidad distinta y mejor, lo hicieron cuando formaban parte de pueblos y culturas en estado de primitivismo e ignorancia, lo que de por sí impedía la realización de esos ideales.
Hoy todo es distinto, el nivel de educación de los pueblos se ha elevado de manera que hace factible lograr lo que antes era imposible. El excesivo desarrollo del mundo material constituye una señal de alarma que sólo muy pocos no alcanzan a ver. Pero hoy están dadas las condiciones para que una nueva cultura logre realizar el humanismo que dará nacimiento a una nueva Era y a una nueva humanidad.
El conocimiento logosófico ha derribado aquellas ancestrales barreras, aportando tanto los conocimientos necesarios que faltaban, con un novísimo método científico experimental, lo que hace desaparecer las causas de tantos fracasos que se sucedieron a lo largo de los siglos en los intentos de penetrar en el mundo superior enunciado por Platón. Ello permite ahora la experimentación concreta e individual de aquellos ideales; así a la posibilidad concreta de la realización individual del conocimiento de si mismo se agrega el proceso de evolución consciente, para realizar el perfeccionamiento ilimitado enunciado por Condorcet.
Por el Lic. Marcelo Gómez Talavera
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