Una vieja leyenda refiere al “nudo gordiano” como la atadura que había realizado un labriego llamado Gordión, en una región que hoy es conocida por Anatolia (en Asia Menor). Con ella ataba sus bueyes al yugo con un nudo tan fuerte y tan complejo que consideraba era casi imposible de desatar. La tradición decía que quien lograse desatarlo conquistaría Oriente.

Alejandro “el Magno” (356 –323 a.C.)  de paso en su campaña conquistadora por esa región resolvió la cuestión de un modo inesperado: cortó el nudo con su espada, haciendo con esa anécdota más famoso aún al supuesto nudo.

Cuando yo era niño, recuerdo como un entretenimiento el atender un pedido periódico de mi madre, cuando encontraba un carretel de hilo que por alguna razón se había enredado. Me pedía si podía yo desanudarlo. Aceptaba el encargo y me entretenía lográndolo. En esa época, que ubico en mi primera infancia, no conocía el relato legendario de Alejandro el Magno. Tal vez, de haberlo oído, frente al primer asalto de un pensamiento de impaciencia, no descuento que podría haber cortado el nudo y, escondiendo el recurso, mostrase el resto del carretel prolijamente presentado.

Tengo en mi recuerdo el pasaje de largos minutos realizando, concentrado, la operación solicitada por mi madre. La técnica incluía como premisa frenar la pretensión de “tirar” del hilo. No me había dado resultados. No recurría, por tanto, al primer impulso de jalar, sino que lo sustituía por el procedimiento de aflojar, procurando espacios entre hebra y hebra. Al distenderse, descubría que además de evitar la tensión en el “nudo” facilitaba el inicio del siguiente paso: hacer que el hilo recorriese el camino a la inversa. Lógicamente esa madeja o carretel de hilo, había dado vueltas y transitado azarosamente por caminos que lo habían enredado. Debía pues “ayudarlo” a retroceder, paso a paso, para que volviese a su estado inicial. A mayor holgura entre hebra y hebra, notaba con entusiasmo que iba creciendo la velocidad de la labor, concretándose la acción en un  punto específico, que debería nuevamente distender para seguir trabajando, simplificando así la labor.

Fue recién varios años después, ya adolescente, que un profesor de historia trajo a colación el relato del “nudo gordiano”. Cuando me encuentro frente a algunos problemas, éstas son dos de las imágenes que acuden en auxilio dentro de mi mente.

¿Qué hacer frente a tal o cual obstáculo? ¿”Cortar por lo sano” o desandar paciente y perseverantemente el camino que desembocó en lo que se transformó en un problema? ¿Buscaré aprender con ese problema y adiestrarme a resolverlos o procuro “atajos” o “desvíos” en vez de soluciones?

Agradezco al conocimiento que brinda Logosofía el haber aprendido y seguir aprendiendo de la vida, sobre los problemas y de la lucha como parte de la misma.

Entre los recursos que se pueden adquirir en la tarea de acrecer la capacitación está el advertir la importancia de aislar el problema y su área afectada. Es muy valioso aprender a lograr el mayor grado de libertad interna, en el campo mental, donde la dificultad suele crear preocupaciones, perturbando el reclutamiento y el campo de acción de los recursos que se necesitan para solucionarlo. Si una dificultad laboral, como en cualquier otro ámbito de la vida abruma el ánimo, de poco servirían las alegrías logradas en otras facetas de la misma para fortificarlo en ese ámbito perturbado y contener el desborde del problema que puede  terminar por inundar todos los espacios de la vida personal, familiar, social, económica, moral, etc.

Lograr aislar el foco problemático y la libertad para trabajar sobre un problema que nos aqueja, requiere adiestrarse en el manejo de conocimientos sobre la propia realidad psicológica, que permita  descontaminar el área mental afectada de las consabidas quejas, apuros, críticas, reproches, impaciencias y pretensiones por resolver “ya”. Implica también, evitar que esa zona de la vida interna sea escenario de choque de tendencias negativas, de la aparición de la estratagema de diluir la responsabilidad individual, desviar la atención suponiendo una hipotética conspiración de culpables del que se fuera víctima, darle la espalda al obstáculo sin hacerle frente, trasladarlo subrepticiamente a otro para que lo arregle, obviamente  sin que el “obsequiado” se de cuenta que le fue endosada una carga inesperada.

Al igual que el enredo de un carretel de hilo, no parece solución exitosa calmarse con la idea de dejar que, sin ninguna actitud inteligente propia, “se acomode solo” (como si el problema tuviera la condición de una calabaza o zapallo y la vida fuera un carro). Tampoco parece feliz la idea de dejar que “el tiempo lo arregle”, arriesgando que el “nudo” o la “maraña” sucumba en sus redes esperando –sin actitud activa y constructiva alguna- la sola intervención “del tiempo”. Parece muy deslucido asignarle a éste, ese factor universal tan valioso, necesario y fecundo, la pesada tarea de atenuar, sin ayuda, los efectos de un problema y encauzar la situación, que por alguna razón se hizo presente. Es cierto que el tiempo podrá permitir que un día disminuyan y hasta desaparezcan los efectos que aquél causó. Pero ello no dará como resultado el hallazgo de la causa del problema, ni  nos capacitará en la forma en que éste debió y deba asumirse. En cierta forma la inseguridad que da la desaparición de los efectos de un problema sin actividad propia ni aprendizaje, explica por qué es frecuente que se dé hospedaje a ciertos prejuicios como el de “no hablar del problema, para no atraerlo” o secretamente decirse “……¡No quiero ni pensar que vuelva a pasar……!”.

¿Cómo hacer para pensar en un problema sin atraerlo? Es una pregunta para la que hay  variados conocimientos logosóficos que auxilian efectivamente a lograrlo.  La vida que cada cual ya vivió, puede contener ejemplos aprovechables para la capacitación, si se disponen de conocimientos que permitan extraer la enseñanza de lo vivido. Cada cual puede recordar ciertos problemas que le pudieron acongojar de niños o de adolescentes y aún de adultos, que vistos en perspectiva evidenciaron que no eran irresolubles, ni tan grandes, ni tan complejos. Pero en el momento preocuparon, hicieron sufrir o generaron aprehensión. Si hacemos de estas constataciones un estudio y extraemos su fruto, será un acto de generosidad con nuestro propio presente y con el futuro y aun con el de las generaciones que nos siguen. Lo que cada cual aprende de la experiencia, más allá de lo que le es íntimo, muy bien haría a sí mismo y al semejante que aprecia, si lo comparte. Lo aprendido puede contener pistas o claves que enriquecerían el elemental recurso de echar mano al mero transcurso del tiempo (“…ya vas a ver, un día te vas a dar cuenta que no es tan importante”;  “…se arreglará sólo…..”). Sin desestimar esas respuestas usuales, que tienen su valor si reposan en la confianza que cada cual puede tener de sí mismo o del semejante por parte de quien relata esa experiencia, seguramente de la vida conscientemente observada se recoge mucho más para aprender  y compartir.

El estudio constructivo de los “nudos” en el hilo o el amplísimo “carretel” de la vida, realizado serenamente, en un campo mental despejado y con conocimientos, resulta altamente positivo. Se trata de estudiar lo que se vivió, lo que ocurrió, mas no para complicarlo, sino para simplificarlo, abriéndolo, analizándolo, recogiendo el fruto de la experiencia. El resultado será el aprendizaje vital acerca de qué hacer mejor si vuelve a reiterarse o a acontecer algo parecido, cómo situarse y ayudar a quien pueda estar pasando por igual o análoga circunstancia.

Es un objetivo noble procurar ser cada vez más grato a quienes han transmitido el fruto de su saber y su experiencia contribuyendo a que se pudiera comprender mejor y se allane el camino de obstáculos creados inconscientemente. Estos elementos, verificados e incorporados, permiten liberar las energías psicológicas para orientarlas en la atención de aquellas alternativas que forman parte de la lucha en la vida.

Meditando acerca del valor de la observación consciente, acude a mi recuerdo otra vez la atención que prestaba de niño al desenredar una madeja de hilos anudada. Allí me parece ver elementos interesantes que, naturalmente, trasladados a otros aconteceres mayores, me han ayudado y que siendo niño ponía para lograr algo que tal vez mis mayores (y seguramente también hoy yo mismo) podían no tener siempre presente en el accionar cotidiano frente a ciertas vicisitudes: la buena voluntad y el entusiasmo. Por ejemplo, recuerdo que esa labor me entretenía, me gustaba y lo que se hace con gusto se hace mejor y genera energías. Recibía el encargo maternal como un desafío interesante y no como una carga. Otro aspecto estimulante que evoco era la sana alegría que implicaba lograr el objetivo, superar el obstáculo, ser útil. Por otra parte, en la reiteración de los esfuerzos, aún inconscientemente, ensayaba y ejercitaba una técnica que facilitaba mis desempeños en las nuevas oportunidades.

Una vez que comencé a conocer las enormes riquezas y el espacio del mundo mental, la imagen del niño que fui, me resultó de utilidad. Advertir a la mente como un mundo complejo, con sus habitantes (entre ellos los pensamientos) y la necesidad de identificarlos, clasificarlos y seleccionarlos, hace a la salud y calidad del medio ambiente interno y a la capacitación psicológica para lograr y mantener una verdadera emancipación de ese “mundo” que existe en nuestro interior.
¡Qué valioso es liberar el espacio mental de pensamientos que estorban y se abroquelan afectándolo!. Como el cortejo de curiosos que se agolpan en un accidente callejero, hay pensamientos que impiden que las facultades mentales y otros pensamientos –los expertos y serviciales- puedan trabajar en un ambiente libre, descomprimido, sereno, adecuado para lograr lo mejor en la resolución de problemas. Lograr “desenredar  la madeja” que pudo formarse, puede llevar a descubrir causas internas –propias- que la ocasionaron, o bien complicaron el panorama afectando estados internos, recursos psicológicos propios (mentales, sentimientos) y otros recursos (como el tiempo), que debían estar puestos a disposición, al igual que otros medios (por ej. los económicos y materiales) para zanjar de la mejor forma posible la vicisitud. Parece pues valorable,  cultivar y mejorar una disciplina propia y adiestrarse en técnicas que permitan -en forma cada vez mas lúcida- resolver problemas internos o atenuar los efectos que ellos provocan, aunque éstos sean atribuibles a causas ajenas a nuestra responsabilidad. De lograr esto, nos dejará en mejores condiciones para aplicar los recursos a objetivos superiores de vida, incluido el de servir mejor a los semejantes y a la sociedad que integramos.

¿Y el “nudo gordiano”? También he podido advertir que, mientras se está activo, atento y responsablemente dispuesto a avanzar en la vida, nos encontramos -de tanto en tanto- con ciertos “nudos” complejos, como los prejuicios. Ellos se asocian al escepticismo (“No hay solución; está escrito y va a ser siempre así…”) o al pesimismo (“Ni te esfuerces; esto no se logrará; será todo en vano”). Cuando los descubro, verifico cuánto abruma al individuo el yugo de esos y otros prejuicios que limitan la voluntad y propician estados de inercia. Es entonces que evoco a Alejandro y a la anécdota aludida al inicio y disfruto de la sana expansión del ánimo que genera desenvainar la espada y en nombre de la dignidad individual poner en retirada a los pensamientos agoreros y prejuiciosos. Se trata pues de “cortar por lo sano”, desalojando el recinto mental de aquellos elementos que disputan el derecho individual a la emancipación por el conocimiento y el esfuerzo sentido e inteligente. En esa gesta histórica individual, es deseable además tener bien claro por qué se lucha y celebrar cada victoria con respetuosa discreción. No sea cosa que demos inmerecida notoriedad al “yugo” o al “nudo” que lo ata.  También ha servido, en honor a la lucha, cultivar el objetivo de celebrar cada batalla vencida con alegría y el mayor grado de humildad que se pueda. De este modo se precaverá  que, en vez de mandar sobre uno mismo, aparezca disputando ahora el cetro de la victoria algún viejo déspota como puede ser la vanidad. Y si así ocurriese, ¡otra vez a vencer en la lucha, con mayor cuidado y con la experiencia de los logros anteriores alcanzados!