¿Qué es el entusiasmo? ¿Qué cometido cumple en la vida del ser humano? ¿Cómo generarlo cuando nos falta? ¿Cómo aprovecharlo para que no se lo pierda en medio de las dificultades?
La palabra proviene del griego y significa inspiración divina (gr: en-theos). Es una fuerza volitiva viva, que sostiene el animo y da una alegría serena, natural producto de una vida digna y amplia, resultado del cauce inteligente y consciente de las energías internas.
El entusiasmo se genera en convicciones profundas, resultantes de comprobaciones reiteradas. También lo originan: ideas nuevas, el desarrollo de aptitudes, las sensaciones felices, las iniciativas, el revivir experiencias gratas, el tener ideales superiores, pensamientos de amor verdadero al semejante, el cultivar afectos, la gratitud por bienes recibidos, motivos de la vida superior, esperanzas, las tareas con finalidades de bien y el dar cumplimiento a nuestros deberes. Todo esto genera la posibilidad de sentir entusiasmo.
También surge del plan que se hace para concretar propósitos, manteniendo el interés hasta llegar a lograr el objetivo final. Justamente ese objetivo es el que genera el entusiasmo con esa fuerza que es vida misma y que nos mantiene activos, a diferencia de la inercia mental (que es ausencia de vida), que provoca pereza, desánimos, distracciones, desatenciones, indiferencias, negligencias y hasta lleva a olvidarnos de nosotros mismos, encerrando así a nuestro ser interno en una oscura cárcel.
El entusiasmo está muy vinculado a la naturaleza espiritual, cuyas manifestaciones propician la sensación de paz, la tolerancia, la serenidad y la buena voluntad. Ello es lo que mueve a nuestra psicología en pro de la verdad, con una actividad que es fuerza generadora de energías, cuando ella esta conectada a tareas edificantes.
En general, cuando predomina el desconocimiento, o la inconciencia, el entusiasmo es ilusionante, efusivo, efervescente, pasional, exultante y hasta llega a ser cansador; es por ello que en general es fugaz, dura poco, porque se lo derrocha sin medida, se lo desperdicia. Actúa como el agua en las inundaciones, como ríos desbordados, que al pasar dejan destrozos.
Muy diferente del agua canalizada que bien aprovechada permite generar energía hidroeléctrica, regar huertos y hasta ser almacenada. Igual ocurre cuando el ser, conociendo sus recursos internos, sabiendo hacer uso inteligente de las facultades de sus sistemas mental y sensible, aprende a administrar y encauzar ese entusiasmo, pudiendo usarlo como fuerza de reserva en trances poco propicios o aún ante imprevistos.
Manejar el entusiasmo requiere preparación, estudio, análisis reflexivo y estar conscientes ante las oportunidades que cada uno aprende a crear o ante las que surgen al realizar el proceso de evolución consciente. Es imprescindible para ello tener conocimientos de un orden superior a los curriculares, que orienten la conciencia a reconocer cual es el objetivo primordial de la vida; objetivo del cual irán brotando estímulos que se brindan a nuestra observación, a nuestra razón, a nuestro pensar y a nuestro sentir.
La importancia de munirse de esos conocimientos superiores y vincularlos a la vida interna del ser, permitirá no quedar sujeto a la eventual inestabilidad de la propia voluntad, o no ser sometido a los caprichos de pensamientos negativos que, al tener vida propia, pueden llegar a imponerse y aún anular el entusiasmo y el entendimiento, provocando interrupciones u olvidos.
Otras características que debilitan el entusiasmo son:
- La inconstancia
- La indolencia (rareza psicológica que paraliza y actúa como si dos fuerzas opuestas e iguales nos inmovilizaran)
- El descontento (que es como un veneno psicológico)
- La impaciencia (que provoca apuros, desesperación y hasta lleva a la desesperanza)
- El olvido (que es una fuerza desintegradora).
- También los temores, tristezas, pesimismos, prejuicios de vieja data, que llevan a la dejadez, al abandono. Son como piedras atravesadas en nuestro camino, que al tropezar con ellas nos van fatigando y debilitando y quitando la fuerza viva que infunde el entusiasmo.
Una prerrogativa para salir de la postración y recobrar el entusiasmo, es cultivar las “antideficiencias”, nombre con el cual Logosofía denomina al pensamiento positivo que habrá que crear y fortalecer para que neutralice y desplace al pensamiento-deficiencia.[1]
Tener constancia y ser consecuente, es una de las claves para conservar las energías iníciales del entusiasmo. Esto se logra teniendo siempre presente el motivo que lo originó y sintiendo el bien que ese entusiasmo produce en nosotros y a nuestro alrededor.
También conserva el entusiasmo el saber que se está trabajando por un mundo mejor, más feliz. Pero para ello es necesario cultivar conocimientos que estén en permanente desarrollo, manteniendo una imagen clara de adonde queremos llegar. Esto requiere también decisión, resolución y firmeza inquebrantables, manifestadas en el ejercicio de normas éticas e invariables de conducta, las que acrecientan simpatías, al evidenciar la lealtad hacia lo más noble de la naturaleza humana.
Los conocimientos logosóficos cumplen ese requisito y contienen un poder creador, por ser pensamientos de gran potencia, capaces de mover nuestros engranajes mentales y sensibles. Llevan impreso en ellas el entusiasmo, favorecen la manifestación de la alegría, del optimismo y con su aliciente hay fuerza anímica, serenidad.
Los grandes cambios que quienes estamos empeñados en estos estudios anhelamos puedan realizar muchos, no serán inmediatos, ni tampoco fáciles. Antes será necesario que cada uno se proponga cultivar dentro de si, aquello que quiere encontrar en su semejante.
El entusiasmo es una de las materias primas, que cada uno encuentra cuando aprende a realizar la búsqueda dentro de sí mismo, lo que permite acceder a la fuente de energías internas que lo promueven.
Con este entusiasmo cada uno puede tomarse como una obra de arte en modelación, y esculpir en si mismo los mejores rasgos arquetípicos que deben caracterizar al verdadero ser humano.
Por el Dr. Ángel Aisa y la Lic. Graziella Deretti
[1] C.B.González P. Deficiencias y Propensiones del Ser Humano – R.Argentina, 1963
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