El conocimiento es una fuerza y la fuerza da el poder; a más conocimientos, más poder y el que imparte conocimientos, si lo hace no solo con la mente sino también con el corazón, es más poderoso aún.

Hay conocimientos mayores y conocimientos menores; hay hechos comunes y otros trascendentes. Algunas veces, los conocimientos menores, pasan a ser número uno de acuerdo a las necesidades.

Hace varios años, en las vacaciones familiares junto al océano, mi hijo de siete años jugaba en la orilla de la playa con una tablita de mini-surf, tratando de imitar a los surfistas mayores. Mi señora y yo lo observábamos desde debajo de una sombrilla; vino una ola grande, y en una distracción nuestra, lo comenzó a llevar aguas adentro. Al darnos cuenta corrí hasta el agua, él trataba de bracear con una mano y con la otra aferraba su tablita; trataba de aplicar los conocimientos que le enseñaban en el club de natación. Lo alcancé nadando, no hacíamos pie, le grité: “pateá con todas tus fuerzas”, tenía el conocimiento de que la patada es muy importante en el agua, da velocidad y mantiene a flote. Mi resistencia estaba mermando y comenzamos a hundirnos. Yo sostenía, a mi hijo, de un brazo, lo elevaba y él me ayudaba con sus pataditas, pero no podíamos nadar libremente, las olas no nos lo permitían… nos estábamos ahogando. Resistimos hasta que llegaron los salvavidas que con sus “patas de rana”, su experiencia, su preparación, sus conocimientos, nos rescataron. Después me di cuenta de que en ese momento hubo un conocimiento menor que pasó a ser el número uno: saber nadar y mantenerse a flote.

Doy gracias a Dios y a todos los que nos salvaron la vida, estos salvavidas y los docentes que nos enseñaron a nadar. Pero en la vida no solo se trata de “patalear”: hay que agregarle a esos pequeños conocimientos otros de más importancia, de más fuerza. Para tener más poder, hay que aprender que en el proceso de la vida no solo “pataleando” lograremos sobrevivir. Tenemos otros deberes, que no son ser audaces o imitadores, sino llegar a ser capaces para evolucionar; lograr nuestra independencia para no recurrir siempre a los “salvadores”, para no tener que pedir que nos rescaten y para no crear situaciones límites. Siempre, en todo momento, nuestras acciones deberán ser realizadas para un resultado feliz, producto de nuestros conocimientos cada vez mayores.

Estas reflexiones fueron hechas después de la experiencia, una experiencia poco común, pero común al fin. Se utilizaron conocimientos comunes en la circunstancia que relatamos, pero cuando las experiencias son trascendentes se necesitan conocimientos superiores. Todo conocimiento debe contribuir a ampliar la vida.

Como estudiante de Logosofía veo una diferencia substancial en el estudio de cada experiencia. Carlos B. González Pecotche, en la Revista “Logosofía” No. 45, pág.9, manifiesta:

“Existe una diferencia substancial entre el conocimiento logosófico y el corriente, y ello estriba en que el primero es de orden trascendente, y el otro, de orden utilitario. El conocimiento logosófico permite emplear el conocimiento corriente en una mayor amplitud, vale decir que lo hace rendir en máxima escala; en cambio, el conocimiento corriente una vez logrado, deja de interesar a la mente, que si lo utiliza lo hace en forma limitada. El conocimiento común no ha llevado al hombre a la evolución consciente; éste ha necesitado del trascendente para salir de su postración. Se dice, pues, que trasciende el común porque arranca de dónde éste termina; por eso es trascendente, superior.”