Observar a la juventud estudiosa, constituye un motivo de felicidad verificada en la demostración de una conducta acertada. Representa el buen uso de su anterior formación, tanto en la niñez como en la adolescencia, que se trasluce en su hoy y se proyecta hacia su futuro.
Contrariamente al comentario, que puede ser generalizado, de que “la juventud de hoy está perdida” es grato comprobar que no siempre es así. Existe una juventud con inquietudes, que no se conforma con una vida rutinaria, que demuestra en todas sus actuaciones valores adquiridos y en los que va construyendo los cimientos de una vida, siguiendo los lineamientos de una correcta conducta dando pasos seguros tendientes a la obtención de los mejores logros.
Los adultos deberían continuar orientando sus mejores esfuerzos en que ello se mantenga y aumente su número para que sigan siendo los más los que dan motivo de esperanza, apartándose de la decepción.
Cuando las tendencias al desconformismo, a la masificación, a la queja, a la indisciplina, se presentan y, en algunos casos hasta se cultivan, sin brindar el apoyo que en los casos de su manifestación se requiere, éstas van cobrando cuerpo alejándole de su corrección, favoreciendo además el desinterés hacia una mejor conducta.
La actuación de los padres cumpliendo con su sagrada misión de orientar cada paso que el hijo da, es fundamental. Concebir la familia como «núcleo indisoluble» ha de constituir la base de su desarrollo pleno, en la que sus integrantes han de hallar la comprensión y la colaboración que, unidos, podrán llegar a compartir desde su ámbito individual.
Remodelar los numerosos ejemplos en cuanto a que los padres de hoy, usualmente, no ponen «límites», debería ser objeto de trabajo y educación, esforzándose en el empleo de corregir eventuales desvíos que, sin la reacción que alejaría el gesto sensible y afectivo, favorezca el aceptar naturalmente el camino propuesto.
La explicación, el acercamiento y la unión de la familia, vigilantes todos del cuidado de un ambiente sereno en que los seres convivan, redundarán en mayor libertad individual de todos sus integrantes.
La colaboración de los padres con los centros de estudios en los que su hijo curse, habrá de favorecerle tanto en la formación de su carácter, como en su conducta. La convicción de que es más fácil hacer las cosas bien que hacerlas mal favorecería el desarrollo de las más felices futuras vivencias.
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