Hace unos años sentí la inquietud, la simpatía y el sentimiento de solidaridad por aprender el lengua de señas para comunicarme con los sordos Esto fue motivado porque en mi trabajo como docente de adolescentes en la asignatura Física, he tenido algunos alumnos con esta capacidad diferente, tal como lo expresa una profesora de lengua de señas, también sorda a través de la cual llevo dos años vinculada a dicha comunidad.
Con ese propósito, busqué referencias de lo expresado por González Pecotche en uno de sus libros titulado “Diálogos”, en el cual se refiere al “oficio mudo”, como uno de los primeros oficios del hombre, para referirse a la forma de comunicación gestual que los primeros habitantes del mundo utilizaron.
Comencé paralelamente el aprendizaje de la lengua de señas, que inicialmente juzgué sería fácil de aprender, encontrándome que no era tal.
Desde el punto de vista logosófico he podido observar que los seres humanos exteriorizamos muchos de nuestros estados mentales, así como nuestros estados de ánimo. Sin embargo, debido a deficiencias caracterológicas, parecería que nos hemos ido endureciendo o de alguna forma deshumanizando, al evidenciar que no tenemos la suficiente ductilidad para expresar sentimientos y actitudes que tanto necesita el sordo para la comunicación a través de las manos y con la expresividad del rostro, ya sea con reflejos de tristeza, de alegría, de asombro, de duda, etc.
Recordé haber leído que el rostro de las plantas son las flores, lo cual me llevó a reflexionar por analogía, que comunicarse con la expresión física, de hecho implica que lo psicológico sea imposible de separar, pues nuestra propia alma se trasluce a través del rostro.
Aprender a comunicarse con las manos implica toda una capacitación, un adiestramiento, y crear a la vez estímulos, que surgen cuando nos vemos reflejados en el rostro del otro como en un espejo, viendo que nos entienden, que se sonríen porque nos comprenden. Es un proceso que demanda simplificación, intensidad y velocidad en los ademanes.
Visto desde este ángulo, es muy probable que el lenguaje hablado sea escaso en expresiones y palabras. Deberíamos volver a ser más expresivos; ello implicaría mayor evolución al respecto. ¡Qué paradoja!: evolución en el uso de las manos, que sería como volver al oficio más antiguo, a lo natural de los primeros tiempos del ser humano.
Estas reflexiones invitan a valorizar la palabra articulada, no descartando la observación, los ademanes y las actitudes que se ven a través de movimientos inteligentes, al imitar los movimientos del profesor, pero a su vez colocando el toque individual. Pienso también cuántas veces el rostro desmiente lo que dicen las palabras…
Como conclusión entonces, diría que en el oficio mudo, la correcta mímica, es el resultado de un cultivo interno que se nota en la dimensión del esfuerzo de la tarea de llevar con claridad la imagen que queremos presentar.
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