Quienes disfrutamos de caminar, toda oportunidad es buena para hacerlo, exista  o no un destino al cual llegar para cumplir con algo. Quizás no siempre tengamos la ropa y el calzado más adecuado para realizar este ancestral ejercicio, no obstante, siempre nos resulta placentero.

Formo parte además de otro conjunto humano, el de los seres que siempre estamos atentos a la hora en que se producirá la puesta del sol, para evaluar la posibilidad de presenciarla y disfrutarla. Nuestro querido Montevideo, tiene el privilegio de contar con una costa cuya orientación le permite en verano, ver la salida y la puesta del sol en el agua.

Cierto día estival hace ya unos años, al finalizar la jornada laboral me propuse como dice el dicho popular “matar dos pájaros de un tiro”. En este caso le asignamos a esta expresión una interpretación especial diciendo “dar vida a dos placeres en un solo acto”, para referirnos al hecho de salir a caminar, con la expresa intención de ver la puesta del sol.

Ya con la indumentaria adecuada, en pocos minutos pasamos el Parque Rodó y parecía que la caminata recién comenzaría realmente cuando pisáramos esos baldosones de granito de la Rambla Sur, con la visión por delante de todas esas gruesas y bajas torrecitas que adornan su murallón, perfectamente alineadas con el horizonte.

Siempre procuramos que las caminatas, además de tonificar nuestros músculos y articulaciones, también ventilen mejor nuestros pulmones, sustituyendo esas permanentes respiraciones cortitas realizadas en forma inconsciente, por profundas inspiraciones y expiraciones. Pero nuestro mundo interno, al igual que nuestro físico, también nos reclama su participación y para cumplir con ese otro reclamo, mientras caminamos, nos fijamos un tema sobre el cual reflexionar y pensar.

Aquella tarde, con ese paisaje por delante y con esa predisposición física y anímica, nos propusimos observar la actitud de quienes estaban sentados o transitaban por la Rambla, con respecto a la inminente puesta de sol que se preveía sería espectacular por su colorido.

Además del placer que experimentábamos observando la puesta de sol, nos propusimos invitar a mirarla y disfrutarla a quienes no lo estaban haciendo en el momento en que comenzaba a “tocar” el agua. Cuando nos dispusimos a compartir con esos seres desconocidos la observación de esa maravilla de la naturaleza que dura poco más de tres minutos, los resultados fueron mucho más variados y enriquecedores de lo previsto. Sólo una persona ignoró nuestra sugerencia, no nos contestó y siguió su marcha de espaldas al escenario, quedándonos la gran incógnita acerca de qué tribulaciones tendrían acaparada su atención en ese momento para asumir esa actitud. Quizás era quien más lo hubiera necesitado, si lograba propiciarle un cambio en su estado interno.

Otras personas que también estaban de espaldas, algunas sentadas y otras caminando, algunas agradeciendo y otras guardando silencio, atinaron a darse vuelta para observar, pero casi de inmediato retornaron a su posición anterior, continuando con sus conversaciones o con sus pensamientos en solitario.

También observé la indiferencia de algunos seres que estaban ubicados de frente al sol y sin embargo lo miraban por momentos, distraidamente, sin aparente interés.

Además de darnos cuenta de la gran cantidad de seres que estaban como nosotros esperando ese momento tan especial, lo más gratificante, porque esta era precisamente nuestra verdadera intención, fue captar la reacción tan positiva de aquel gran conjunto de personas, que agradecieron efusivamente nuestra invitación, giraron en sus asientos o detuvieron su marcha, para poder contemplar esa excepcional y previsible salida de escena del sol.

Además de disfrutar de esta obra multicolor, nos alegramos mucho por este último grupo y no dejamos que nos entristecieran los indiferentes porque se les brindó la oportunidad, que era lo único que estaba a nuestro alcance hacer por ellos en ese momento. ¡Cuántas causas diferentes tendrían sin duda esas indiferencias! Quizás causas permanentes, quizás circunstanciales. Ese fue el secreto que guardó cada uno de ellos.