La montaña recibía inmutable el embate de las grandes olas oceánicas, mientras la gaviota se elevaba más y más, hasta llegar al límite de sus dominios. Observaba atentamente el vuelo de un águila que habitualmente se encontraba solitario.

Con precaución pero sin temor, buscó acercársele. Quería hablar con él.
-Buenos días, Sr. Águila.
-Sra. Gaviota, buenos días. Hace mucho que no nos saludábamos. ¡Qué valiente, incursionando en estas alturas reservadas para las grandes aves!

-Tiene usted razón, me siento mucho más cómoda volando más bajo, pero vengo a visitarlo porque me preocupa verlo siempre tan solo, a pesar de tener una familia tan grande.

-Muy amable de su parte, pero no me molesta estar solo, me entretengo buscando qué comer. Desde que aprendí a volar, el desafío para mí es encontrar algo bien pequeño y bien distante. ¿Sabía usted que tengo la mejor vista de todos los seres existentes? Si le interesa puedo hacerle una demostración.

-No, no es necesario, es bien sabido lo desarrollado que tiene el sentido de la vista.

La gaviota se esforzaba por volar a la par del águila por encima de las escasas nubes, buscando la forma de volver al tema que motivara su visita. Retomando el diálogo le dijo:

-Si no le molesta, preferiría hablar de su soledad, porque he observado que son las demás águilas las que evitan su compañía ante sus reiterados intentos por acercárseles.

-Bueno, puede ser. Lo que sucede es que no comparten mi forma de ser, parecería que no soportaran que las supere en habilidad. Entonces, no tengo otra alternativa que volar solo.

-¿No será que le rehuyen por las reiteradas manifestaciones de su vanidad?

-No exagere Sra. Gaviota. Me parece que a usted también le molesta mi superioridad.

Mientras planeaban juntas, impulsadas por una fuerte corriente de aire ascendente, la gaviota buscaba la forma de hacer que el águila observara dónde estaba la verdadera causa de su soledad. En un nuevo intento le dijo:
-Si no lo toma a mal, Sr. Águila, puedo ayudarlo a observar mejor…

Sin darle tiempo a completar la frase, le contestó rápidamente el águila:
-Hace unos instantes reconoció que tengo la mejor vista de todos ¿cómo me viene ahora con eso de ayudarme a observar mejor?

Ante esta respuesta –previsible para la gaviota- le explicó a su amiga que le parecía que ella se había limitado a ejercitar su sentido físico de la vista, pero que había descuidado su capacidad de observar qué pensamientos son los que determinan las conductas, que tanta incidencia tienen en la convivencia.

Para facilitar la comprensión de este concepto, la gaviota le dijo:
-¿Por ejemplo, que observa de mí en este momento?

-Observo que no se trata sólo de una visita que me hizo para pasar el rato, sino que su finalidad ha sido ayudarme.

-¡Exactamente! Ya tiene una prueba de que es posible aprender a realizar ese tipo de observación, interna o externa, que va mucho más allá de lo que vemos.

La gaviota, luego de recibir el sincero agradecimiento de su amigo, se despidió amablemente y emprendió su descenso planeando en amplios círculos, con la certeza de que el águila reflexionaría, podría modificar su actitud y lograría una mejor convivencia, lo que se pudo comprobar en el correr del tiempo.

La verdadera observación y en particular la interna, va en busca de las causas de todo lo que nos sucede y nada tiene que ver con el buen desarrollo de la visión.

Del libro para niños «Fabulas para pensar, aplicar y contar» de Jorge Leone Espiñeira.