Muchos piensan que para ser feliz en la vida, debemos tener dinero, poder y prestigio. De este modo, el pobre sería alguien que está condenado a la “tristeza de vivir”.
No estamos de acuerdo con tal afirmación. De este modo piensan quienes son jóvenes o si no, aún inmaduros. Las experiencias y observaciones que se van recogiendo en nuestro día a día nos muestran que las fuentes de la “alegría de vivir” son otras totalmente distintas.
En primer término es muy necesario que las personas reciban, en sus primeros años de la infancia y adolescencia, la suficiente dosis de calor, de cariño y afecto. Sin éstos, todo en la vida se vuelve gris y amargo.
Asimismo, es necesario algo más: la dosis suficiente de luz para la mente humana.
Esa luz es garantizada por conceptos inteligentes sobre el ser humano, sobre sus objetivos en la vida, sobre la moral y la ética, sobre la responsabilidad de nuestras palabras y de nuestra conducta, sobre las leyes que rigen el comportamiento humano, sobre las fallas y virtudes, errores y aciertos, los grandes conceptos, etc. Recibiendo esta luz, el niño se prepara para afrontar en superiores condiciones, los desafíos de la vida adulta.
Lamentablemente, de modo inverso, los adultos tenemos por costumbre, inculcar al niño un bagaje de preconceptos, creencias y fanatismos, que de uno u otro modo, paralizan sus mentes bajo la sombra de la ignorancia.
De este modo el niño va creciendo con temores, angustias y dificultades. Y todo eso es fuente de mucha tristeza en la vida de un ser.
Un tercer punto se impone a todas las edades, para que las personas sientan la verdadera alegría de vivir. Nos referimos a la gratitud. La Logosofía nos enseña que es por causa de la ingratitud que la felicidad se muestra tan distante de los corazones humanos.
Si el ser humano aprendiera desde niño, lecciones de verdadera gratitud, crecería disfrutando de una mayor alegría de vivir.
Es así que mucha gente es infeliz por no orientar su atención a todo aquello que posee. Siempre ha soñado en tener una casa, un automóvil, un lindo esposo o esposa, aquel buen trabajo, hijos hermosos, pero…
La felicidad que experimentó desde un principio en la hora de la conquista de esos valores, ya no tiene la misma fuerza dentro de sí. Su insatisfacción es profunda y la llama de su vida depende de la próxima ilusión, de la próxima ambición, de la próxima posesión…La poca alegría que le queda es siempre dependiente de aquellos efímeros momentos. Cuando estos momentos llegan, el fantasma de la ingratitud invade su alma y la alegría simplemente se va…
Yo sé por experiencia que es fácil decir todas estas cosas y que a su vez es muy difícil revertir el cuadro de “la tristeza de vivir”. Por eso, afirmo que el inicio del cambio está en la puesta en práctica de un “vivir conscientemente”.
Quizás surja la pregunta ¿qué significa “vivir concientemente”? Es algo que supera todo lo que podemos aprender en el asiento de cualquier escuela de este mundo…
Sobre esto vale la pena conocer lo que es, para la Logosofía, el proceso de evolución consciente.
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