Prosiguiendo las reflexiones registradas en el último número de esta revista, es bueno recordar que estamos hablando de prevención. Estamos hablando de la infancia. Nada referente a problemas ya instalados, que necesitan otro tipo de enfoque y tratamiento.
Veamos como todo aparece en la infancia. Claro, porque ningún problema nace grande. Encararlo desde su nacimiento es detener un proceso antes de su desarrollo. Pensando en el futuro, los problemas de la juventud deben ser encarados en la infancia, allí, donde se gestan.
Uno de los aspectos que más caracterizan al adolescente candidato a la dependencia química, es la tendencia constante a vivir fuera del contexto de su realidad. Imagina en exceso y dice mentiras como si estuviese diciendo que dos más dos son cuatro, evidencia clara de que quiere huir de la realidad. Realidad que le exige esfuerzo, disciplina, obediencia, trabajo, estudio. Prefiere el ocio, la inercia, los vuelos quiméricos, nada de batallar duro. ¿Ideales? ¿Qué son los ideales para quién no quiere saber nada con la dureza? Desconoce totalmente que “Quién vive sin un ideal lleva la muerte sobre los hombros.” (de Logosofía)
¿Cómo surge en la infancia un cuadro tan preocupante? Hablemos de Josecito, Marianita, Pedrito… en fin, cualquier niño que da sus primeros pasos en este mundo; todo es novedad, todo es descubrimiento. El mundo se le está presentando. Ese es el momento en que se puede comenzar a preparar el futuro: el hombre activo, que venga a construir una vida constructiva, fértil y útil para la sociedad en que vive.
Quien se inicia en esta vida nada sabe, todo es motivo de aprendizaje; aprendizaje que muchas veces cuesta esfuerzo, empeño, persistencia. Es muy común ver la criatura que se resiste a esos tres elementos básicos para cualquier aprendizaje. Los padres tienen la posibilidad de facilitarle el camino, inclusive hacer las cosas en su lugar, dejarlo librado a su propia suerte, o estar a su lado enseñándole con paciencia, con amor.
Cosas simples, por ejemplo atarse los cordones de sus zapatillas, tarea difícil para el niño con sus cuatro años, pero que está en condiciones de aprender a realizar. La madre lo manda a calzarse las zapatillas, el niño mete sus piecitos y le pide que le ate los cordones. Solícita, la madre cumple rápidamente la tarea por el niño. Con ello le quita una oportunidad para que desarrolle su coordinación  motora fina, lo que le sería útil en muchas otras tareas. Pero no es ese el mayor problema, también se pierde la gran oportunidad de ayudarlo a crear su capacidad de esfuerzo, de empeño y de persistencia. Una vez, dos, tres, diez, veinte veces: un cordoncito para acá, otro para allá, ahora pasar uno dentro del otro…. Y la criatura que tiene a la madre, o al padre, o a la niñera, o al hermano mayor que lo hace por ella se va tornando perezoso, cómodo, ¡claro que no se va a quedar con las zapatillas desabrochadas!

Lo mismo se aplica a todo lo demás referente al aprendizaje general del niño: guardar sus juguetes después de jugar, bañarse solito, alimentarse, hacer los deberes, peinarse, vestirse, ordenar su mochila, etc. etc.
Recordemos que “el esfuerzo es vida; es un constante probar la capacidad de producir, de hacer, de realizar.” (De Logosofía) No quitemos a nuestras criaturas esa parte de la vida entonces. Permitamos que ella experimente la alegría del triunfo, que se sienta capaz, que conozca las dificultades  y que tenga puntos de referencia  de lo que debe hacer ante ellas.

El hecho nos recuerda también un texto, de autor desconocido, que trata sobre “La lección de la mariposa”: “Un día, de la pequeña abertura de un capullo apareció una mariposa. Un hombre se sentó a observar a la mariposa y pasó varias horas mirando cómo ella se esforzaba para hacer que su cuerpo pasara a través de aquel pequeño orificio. De pronto la mariposa cesó en su esfuerzo, como si no pudiese ir más allá de lo que había hecho. Entonces el hombre decidió ayudar a la mariposa y agrandó el orificio del capullo que la tenía prisionera, la mariposa salió fácilmente. Pero su cuerpo estaba débil, era pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre continuó observando a la mariposa, esperando que en cualquier momento las alas se estirasen y, abiertas, fueran capaces de sostener el cuerpo. Pero nada aconteció, en verdad la mariposa pasó el resto de su vida arrastrando su cuerpo con las alas encogidas. Nunca fue capaz de volar. Lo que el hombre, en su gentileza y voluntad de ayudar no comprendía, era que el capullo apretado y el esfuerzo necesario de la mariposa por pasar por el pequeño orificio, era el modo en que Dios hacía que la mariposa fortaleciera su cuerpo y sus alas de manera que fuese capaz de volar.”

Algunas veces el esfuerzo es justamente lo que necesitamos en nuestra vida. Si Dios nos permitiese pasar a través de nuestras vidas sin ningún obstáculo, él nos dejaría debilitados. No nos haríamos tan fuertes como podríamos haber sido. Nunca podríamos volar.

Una tendencia en el niño

Hablemos ahora sobre la tendencia a mentir. ¿Qué criatura, quién de nosotros mismos, no burló en algún momento la verdad, con intención de hacer prevalecer el propio interés? Pero es distinto cuando la mentira, practicada muchas veces, se torna un hábito y la criatura se ve perdida sin saber, en algunos casos, si lo que dice realmente es verdad o mentira. Hecho extraño pero real.

Interrogada sobre lo que hace en la escuela, responde cosas que nada tienen que ver con lo que vivió; si la profesora le encomendó hacer una tarea en su casa, no la puede hacer por causas que nada tienen que ver con la pereza que la dominó a la hora de hacerlo; en conversación con sus amiguitos se dice poseedora de juguetes que a lo sumo vio en vidrieras, en la televisión o en manos de otras criaturas; cuando el asunto es la casa en que vive, la fantasía de sus palabras describen un palacete; si el asunto es la profesión de sus padres los promueve a los más altos cargos; si la profesora informa a sus padres sobre alguna actitud suya irrespetuosa en la escuela, ésta es tachada de injusta, mentirosa y otros adjetivos más; si aparece en su casa con algún objeto ajeno dice que fue obsequio de un compañero; si un adorno de la sala de visitas aparece roto, fue el hermanito que todavía no sabe hablar, el compañero que acaba de irse, la indefensa empleada doméstica etc., etc.

En fin, el lente a través de los cuales ve el mundo no es transparente, cristalino, de manera de poder ver la realidad de las cosas tal cual son.

¡Pobres padres que creen ingenuamente en esas pequeñas mentiras! No saben que más vale ir al fondo de cada cuestión y ayudar al hijo a enfrentar la realidad, por dura que esta pueda parecer o que en verdad sea. La criatura se va acostumbrando a vivir fuera de la realidad. Si a esto se suma el hábito inveterado de asistir a filmes y dibujos animados que lo transportan al mundo de la fantasía CREADA POR ADULTOS, tenemos allí un candidato a una vida ilusoria, distante de la realidad.

Gran protectora del mundo infantil, la imaginación parece proteger al niño de todo aquello que aún no puede entender. No me refiero a la imaginación utilizada por la mente de un adulto, que aparece en los dibujos animados, filmes, libros, revistas, etc, cargada de imágenes falsas, la mayoría de las veces violentas, cuyo principal interés es puramente comercial. Al ser lanzados no se piensa en la educación infantil. Me refiero en cambio a la imaginación infantil, la que permite al niño viajar por diferentes mundos, suponerse personajes diversos, sentirse y ser realmente feliz, independientemente de las circunstancias que lo rodean.

Esa característica, tan propia de la vida infantil, ha sido mal encaminada, explorada por los medios de comunicación de diferentes maneras, creando en la mente de la criatura el hábito de estar en constante convivencia con monstruos y figuras superpoderosas, que nada tienen que ver con lo que el niño puede vivir en su día a día. Y esa imaginación, exacerbada por tantos estímulos, suele conducir al niño a crear una realidad acorde a sus caprichos, haciéndole encubrir los propios errores y engañar a quien le quiera corregir.

Una consecuencia

¿Y qué tiene que ver eso con la tendencia a la dependencia química?: todo. La criatura, habituada a un mundo quimérico, no crea el gusto por enfrentar obstáculos, superarlos, encarar los desafíos con coraje. Haciendo una analogía con el cuerpo físico, diría que se asemejaría a querer usar un miembro del cuerpo que no fue ejercitado; su musculatura quedó flácida, débil; requiere un tratamiento especial. Así también los músculos de la voluntad, del querer, tienen que ser ejercitados para que se cree la disposición para enfrentar las dificultades naturales de la vida y no correr en dirección opuesta a ella. Y no buscar subterfugios.
Lo que nosotros, padres y educadores, necesitamos entender, es que permitir que las criaturas enfrenten los obstáculos, estando al lado de ellas, es una inmensa prueba de amor. Mucho mayor que el hacer las cosas por ellas.
Protegerlas de las imágenes que las invitan a la violencia y que las transportan a un mundo imaginario, también es una manifestación de amor. Mucho mayor que acomodarnos dejándolos horas enteras frente al televisor, mientras nos ocupamos de nuestras cosas. Aclarar las explicaciones de los niños cuando dicen sus pequeñas mentiras es otra manera de ejercitar el afecto. Es ayudarlos en la formación de su carácter.
En el próximo número trataremos algunos puntos básicos más a ser encarados en la infancia, para que nuestros niños lleguen a la adolescencia más fuertes, para enfrentar las innumerables influencias negativas que los acechan, con el propósito de transformarlos en una nueva víctima. Si podemos prevenir, ¿por qué esperar que los problemas se instalen para recién encararlos?
Conocer las tendencias de las criaturas para ayudar a su encaminamiento, acompañarlos con amor (es bueno recordar que no siempre el amor se presenta en la forma de acariciar sus cabecitas), estimular el amor a la vida, a Dios, son algunas formas concretas de contribuir a la formación de un ser fuerte, apto, íntegro y útil a la sociedad.

(María Lúcia da Silveira, asesora educacional  del  Colegio Logosófico de Belo Horizonte, Brasil)