A fin de retomar las reflexiones expuestas en números anteriores de esta revista, transcribimos a continuación el párrafo final del último artículo publicado en el número 6 de esta revista:
“Si podemos prevenir, ¿por qué esperar que los problemas se instalen, para recién entonces encararlos? Conocer las tendencias de las criaturas para ayudar a su encaminamiento, acompañarlos con amor (es bueno recordar que no siempre el amor se presenta en la forma de acariciar sus cabecitas), estimular el amor a la vida, a Dios, son algunas formas concretas de contribuir a la formación de un ser fuerte, apto, íntegro y útil a la sociedad.”
Amor a la vida y a Dios, dijimos. ¿Cómo estimular tan sublime sentimiento? ¡Todos sabemos cuanto se ha dicho sobre el “amar a Dios por sobre todas las cosas”!… ¿Pero queda claro a los niños a qué Dios deben amar por sobre todas las cosas?
Tenemos que admitir lamentablemente que el tema del origen del universo, de la causa primera de todo cuanto existe, ha sido una trama de confusiones a lo largo de los siglos, tejida a veces con el hilo de las deficiencias humanas. ¿Cuántas veces se amenaza al niño con la figura de un dios iracundo, rencoroso, ríspido, cruel e incluso vengativo? Con la certeza de que el hilo de la perfección divina no se presta a tal contextura, inquirimos: ¿Qué repercusiones puede tener esto en el alma infantil?
Es preciso enseñar al niño a amar al verdadero Dios, el único, creador de un universo sin límites, fuente universal del amor, la verdad y el bien. Sugestionarle con imágenes que lo atemorizan, en vez de estimular en él el sentimiento de amor, es invertir conceptos y generar en su alma conflictos internos difíciles de ser corregidos posteriormente. ¿Puede acaso amarse a quien se teme y de quien muchas veces se llega a sentir un verdadero terror?
Por otro lado, el amor a la vida, concebida ésta como la mayor oportunidad concedida por Quien nos creó, sólo puede constituirse en una realidad en la medida en que comprendemos el porqué de esa vida y sus grandes objetivos. A fin de cuentas, ¿para qué vivimos?
Volvamos al primer artículo de esta serie, en la revista número 5, cuando tratamos sobre los valores materiales e inmateriales. Sinceramente, ¿qué es lo que más aprendemos a valorar a lo largo de nuestra vida? Si hablamos de amor a la vida, ciertamente no nos estamos restringiendo al amor a lo que poseemos materialmente, que con toda certidumbre quedará en esta tierra luego de nuestra muerte. Amando la vida por las perspectivas de aprendizaje que nos abre, por la inmensa oportunidad de adquirir conocimientos sobre nosotros mismos, sobre nuestro origen y destino, podemos, entonces sí, hacer de nuestra vida un homenaje de gratitud constante a Dios, porque ese sentimiento de gratitud nos impulsa a una conducta cada vez más digna de Él.
Y viene al caso preguntar también: ¿Cómo han sido tratadas las inquietudes respecto a la vida, respecto al origen y destino de la vida que han acompañado al hombre a lo largo de los siglos y milenios? ¿No sería esa una pregunta que también viene al caso? Ciertamente. No podemos dividir al ser humano en fragmentos desvinculados unos de otros. El contacto con los conceptos básicos es esencial para la formación de un ser humano bueno, íntegro y que pueda ser útil a la sociedad, sobre la cual podrá tener alguna o mucha influencia algún día.
Prevenir es ayudar en la formación de un ser humano equilibrado, que desde temprano aprenda que la vida es lucha, y que sepa encontrar felicidad en esa lucha…
En nuestra comprensión, el gran error en el tratamiento del problema de las drogas, está en considerar que la prevención se circunscribe a dar información a niños y adolescentes sobre cuáles son los efectos que producen en el organismo, o las consecuencias desastrosas que acarrean a la vida. En verdad, la prevención va mucho más allá de eso. Prevenir es ayudar en la formación de un ser humano equilibrado, que desde temprano aprenda que la vida es lucha, que sepa encontrar felicidad en esa lucha, aprendiendo a enfrentar obstáculos, desde los más simples, y fortaleciendo el ánimo a medida que su carácter se va formando. En ese proceso, los conceptos de Vida y de Dios, aquí referidos, son importantísimos para su protección y guía.
Aquí resulta oportuno elaborar algunas consideraciones sobre otro concepto orientador de la conducta a ser seguida: el referido a la herencia de sí mismo.
¿Quién de nosotros, durante el período de gestación de un hijo, de una hija, no soñó un futuro ideal para su niño? Y al nacer, al verlo tan indefenso y puro, ¿quién no pidió a Dios que le diese salud, inteligencia y felicidad? Los que tuvieron la ventura de tener más de un hijo saben perfectamente que todos los seres, absolutamente todos, llegan a este mundo muy diferentes unos de otros. Mientras un bebé llora mucho y es inquieto, otro duerme más y es tranquilo, y así sucesivamente… Ya en la cuna, cada uno muestra que llegó portando un bagage propio. Las aptitudes individuales ya se hacen notar en los primeros años escolares y el perfil de cada uno se va delineando a lo largo de su desarrollo. Un perfil cuya definición sufre, desde la más tierna edad, la influencia de la educación y del medio ambiente.
¡Al pensar en estas cosas, es natural que nos sacuda internamente la visión de cuán inmensa es nuestra responsabilidad como padres y educadores! …. En primer lugar, la responsabilidad de conocer quién es el ser que debemos educar. Luego, la de ofrecerle los estímulos adecuados a su herencia, a ese bagage individual con el cual llegó a este mundo. De ahí que a veces tengamos que orientar de forma tan diferente a hijos de un mismo padre y una misma madre.
Cierta vez escuché en una reunión de padres del Colegio Logosófico una analogía muy interesante: Dios, al concedernos la gracia de tener un hijo, nos ofrece una semilla. Observamos esa semilla e imaginamos la sabrosa fruta que de ella surgirá. Una uva, por ejemplo, preferentemente moscatel, bien dulce. Pero… un día nos damos cuenta de que no se trata propiamente de una semilla de uva, sino de palta. “Pero habremos de conseguir transformarla en una uva”, pensamos para nosotros mismos, en forma apresurada e ingenua. Comenzamos entonces, la tentativa de moldearla para que se parezca a la semilla de la preciada uva. Construímos toda la estructura por donde crecerá lozana nuestra parra, hasta llegar a vernos mentalmente bajo su sombra, recogiendo generosos ramos de uva…
Plantamos nuestra semilla y vamos atando sus ramas para amoldarla de acuerdo a nuestra imaginación. Y la rama se va estirando, se va alargando, desconociendo el camino que le habíamos trazado, buscando con fuerza las alturas. ¡Qué maravilloso árbol de palta podría surgir de allí, si fuera tratado como tal!… ¿Solamente las uvas son frutas sabrosas? Es bueno recordar que no. También una palta sana lo es, o lo puede ser, y así con todas las demás frutas. Es la falta de conocimiento adecuado lo que nos hace tratar la planta de palta como si fuera una parra…
¡Cuántas veces no hacemos lo mismo con nuestros hijos y alumnos! … ¿Por qué entonces no encaramos de una vez por todas la realidad de su herencia individual, y nos disponemos a ayudarlos tal cual son, estando a su lado, amparándolos, orientándolos para que hagan florecer los pequeños brotes que traen consigo? Esta determinación atrae otra tan importante como la primera: es preciso adquirir conocimientos también sobre nuestra propia herencia, parte imprescindible del conocimiento de nosotros mismos, y que nos habilita para el trabajo con nuestros queridos niños.
Cerrando la serie de estos artículos, queremos afirmar aún que el tema, extremadamente vasto y complejo no puede ser encarado en forma aislada, pues está profundamente ligado a la formación integral del niño y del adolescente. Encaremos en la infancia pues, con coraje y humildad, los problemas que si no son resueltos a tiempo, pueden generar profundas marcas y desvíos en el alma de aquellos que dan sus primeros pasos en este mundo, teniendo siempre en cuenta que, “si no enderezamos la planta mientras es tierna, demás estarán las estacas o apoyos después de que se produzca la inclinación del árbol” (De Logosofia)
María Lúcia da Silveira – Asesora Educacional del Colegio Logosófico González Pecotche ( Belo Horizonte)
DROGAS: ¡es posible prevenir en la infancia!
(Parte 3)
Maria Lúcia da Silveira
A fin de retomar las reflexiones expuestas en números anteriores de esta revista, transcribimos a continuación el párrafo final del último artículo publicado en el número 6 de esta revista:
“Si podemos prevenir, ¿por qué esperar que los problemas se instalen, para recién entonces encararlos? Conocer las tendencias de las criaturas para ayudar a su encaminamiento, acompañarlos con amor (es bueno recordar que no siempre el amor se presenta en la forma de acariciar sus cabecitas), estimular el amor a la vida, a Dios, son algunas formas concretas de contribuir a la formación de un ser fuerte, apto, íntegro y útil a la sociedad.”
Amor a la vida y a Dios, dijimos. ¿Cómo estimular tan sublime sentimiento? ¡Todos sabemos cuanto se ha dicho sobre el “amar a Dios por sobre todas las cosas”!… ¿Pero queda claro a los niños a qué Dios deben amar por sobre todas las cosas?
Tenemos que admitir lamentablemente que el tema del origen del universo, de la causa primera de todo cuanto existe, ha sido una trama de confusiones a lo largo de los siglos, tejida a veces con el hilo de las deficiencias humanas. ¿Cuántas veces se amenaza al niño con la figura de un dios iracundo, rencoroso, ríspido, cruel e incluso vengativo? Con la certeza de que el hilo de la perfección divina no se presta a tal contextura, inquirimos: ¿Qué repercusiones puede tener esto en el alma infantil?
Es preciso enseñar al niño a amar al verdadero Dios, el único, creador de un universo sin límites, fuente universal del amor, la verdad y el bien. Sugestionarle con imágenes que lo atemorizan, en vez de estimular en él el sentimiento de amor, es invertir conceptos y generar en su alma conflictos internos difíciles de ser corregidos posteriormente. ¿Puede acaso amarse a quien se teme y de quien muchas veces se llega a sentir un verdadero terror?
Por otro lado, el amor a la vida, concebida ésta como la mayor oportunidad concedida por Quien nos creó, sólo puede constituirse en una realidad en la medida en que comprendemos el porqué de esa vida y sus grandes objetivos. A fin de cuentas, ¿para qué vivimos?
Volvamos al primer artículo de esta serie, en la revista número 5, cuando tratamos sobre los valores materiales e inmateriales. Sinceramente, ¿qué es lo que más aprendemos a valorar a lo largo de nuestra vida? Si hablamos de amor a la vida, ciertamente no nos estamos restringiendo al amor a lo que poseemos materialmente, que con toda certidumbre quedará en esta tierra luego de nuestra muerte. Amando la vida por las perspectivas de aprendizaje que nos abre, por la inmensa oportunidad de adquirir conocimientos sobre nosotros mismos, sobre nuestro origen y destino, podemos, entonces sí, hacer de nuestra vida un homenaje de gratitud constante a Dios, porque ese sentimiento de gratitud nos impulsa a una conducta cada vez más digna de Él.
Y viene al caso preguntar también: ¿Cómo han sido tratadas las inquietudes respecto a la vida, respecto al origen y destino de la vida que han acompañado al hombre a lo largo de los siglos y milenios? ¿No sería esa una pregunta que también viene al caso? Ciertamente. No podemos dividir al ser humano en fragmentos desvinculados unos de otros. El contacto con los conceptos básicos es esencial para la formación de un ser humano bueno, íntegro y que pueda ser útil a la sociedad, sobre la cual podrá tener alguna o mucha influencia algún día.
En nuestra comprensión, el gran error en el tratamiento del problema de las drogas, está en considerar que la prevención se circunscribe a dar información a niños y adolescentes sobre cuáles son los efectos que producen en el organismo, o las consecuencias desastrosas que acarrean a la vida. En verdad, la prevención va mucho más allá de eso. Prevenir es ayudar en la formación de un ser humano equilibrado, que desde temprano aprenda que la vida es lucha, que sepa encontrar felicidad en esa lucha, aprendiendo a enfrentar obstáculos, desde los más simples, y fortaleciendo el ánimo a medida que su carácter se va formando. En ese proceso, los conceptos de Vida y de Dios, aquí referidos, son importantísimos para su protección y guía.
Aquí resulta oportuno elaborar algunas consideraciones sobre otro concepto orientador de la conducta a ser seguida: el referido a la herencia de sí mismo.
¿Quién de nosotros, durante el período de gestación de un hijo, de una hija, no soñó un futuro ideal para su niño? Y al nacer, al verlo tan indefenso y puro, ¿quién no pidió a Dios que le diese salud, inteligencia y felicidad? Los que tuvieron la ventura de tener más de un hijo saben perfectamente que todos los seres, absolutamente todos, llegan a este mundo muy diferentes unos de otros. Mientras un bebé llora mucho y es inquieto, otro duerme más y es tranquilo, y así sucesivamente… Ya en la cuna, cada uno muestra que llegó portando un bagage propio. Las aptitudes individuales ya se hacen notar en los primeros años escolares y el perfil de cada uno se va delineando a lo largo de su desarrollo. Un perfil cuya definición sufre, desde la más tierna edad, la influencia de la educación y del medio ambiente.
¡Al pensar en estas cosas, es natural que nos sacuda internamente la visión de cuán inmensa es nuestra responsabilidad como padres y educadores! …. En primer lugar, la responsabilidad de conocer quién es el ser que debemos educar. Luego, la de ofrecerle los estímulos adecuados a su herencia, a ese bagage individual con el cual llegó a este mundo. De ahí que a veces tengamos que orientar de forma tan diferente a hijos de un mismo padre y una misma madre.
Cierta vez escuché en una reunión de padres del Colegio Logosófico una analogía muy interesante: Dios, al concedernos la gracia de tener un hijo, nos ofrece una semilla. Observamos esa semilla e imaginamos la sabrosa fruta que de ella surgirá. Una uva, por ejemplo, preferentemente moscatel, bien dulce. Pero… un día nos damos cuenta de que no se trata propiamente de una semilla de uva, sino de palta. “Pero habremos de conseguir transformarla en una uva”, pensamos para nosotros mismos, en forma apresurada e ingenua. Comenzamos entonces, la tentativa de moldearla para que se parezca a la semilla de la preciada uva. Construímos toda la estructura por donde crecerá lozana nuestra parra, hasta llegar a vernos mentalmente bajo su sombra, recogiendo generosos ramos de uva…
Plantamos nuestra semilla y vamos atando sus ramas para amoldarla de acuerdo a nuestra imaginación. Y la rama se va estirando, se va alargando, desconociendo el camino que le habíamos trazado, buscando con fuerza las alturas. ¡Qué maravilloso árbol de palta podría surgir de allí, si fuera tratado como tal!… ¿Solamente las uvas son frutas sabrosas? Es bueno recordar que no. También una palta sana lo es, o lo puede ser, y así con todas las demás frutas. Es la falta de conocimiento adecuado lo que nos hace tratar la planta de palta como si fuera una parra…
¡Cuántas veces no hacemos lo mismo con nuestros hijos y alumnos! … ¿Por qué entonces no encaramos de una vez por todas la realidad de su herencia individual, y nos disponemos a ayudarlos tal cual son, estando a su lado, amparándolos, orientándolos para que hagan florecer los pequeños brotes que traen consigo? Esta determinación atrae otra tan importante como la primera: es preciso adquirir conocimientos también sobre nuestra propia herencia, parte imprescindible del conocimiento de nosotros mismos, y que nos habilita para el trabajo con nuestros queridos niños.
Cerrando la serie de estos artículos, queremos afirmar aún que el tema, extremadamente vasto y complejo no puede ser encarado en forma aislada, pues está profundamente ligado a la formación integral del niño y del adolescente. Encaremos en la infancia pues, con coraje y humildad, los problemas que si no son resueltos a tiempo, pueden generar profundas marcas y desvíos en el alma de aquellos que dan sus primeros pasos en este mundo, teniendo siempre en cuenta que, “si no enderezamos la planta mientras es tierna, demás estarán las estacas o apoyos después de que se produzca la inclinación del árbol” (De Logosofia)
María Lúcia da Silveira – marialuciadasilveira@terra.com.br
Asesora Educacional del Colegio Logosófico González Pecotche
– Belo Horizonte – Unidad Funcionários – Teléfono: (cód. Brasil) 3273-1717
www.colegiologosofico.com.br e-mail: funcionarios@colegiologosofico.com.br
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